(publicado en 2005 en Re(d)forma en Serio)
José María Delgado Gallego
José María Delgado Gallego
Comandante en jefe de una caballería que sofoca calles y plazas de España, a Franco lo apearon de su pedestal unos obreros, quizás subcontratados, en una empresa que lo fuere a su vez de otra que subcontrataba Fomento, ingenuos todos de responsabilidad alguna en el evento apenas simbólico. Con nocturnidad timorata, pretextos higiénicos: no era ocasión de provocar.
La sorpresa fue doble: para los ultraliberales neocons que militan/votan PP sin apearse del caballo del Caudillo, franquistas que sin dejar de serlo se descubrieron instalados en la mas rancia tradición democrática, la que los une al Partido Republicano gobernante en las EEUU, a esta hora inspirados en el mas acendrado victimario surgido del Holocausto administrado por Wolfowitz y Sharon, reconciliados con la Santa Iglesia – alejada finalmente de taranconadas e insensateces teológicotercermundistas – al paso que transitan sobre el punte tendido por el llamado “sionismo cristiano” con los hermanos separados por la Torah y las 95 tesis de Wittenberg.
La permanencia de aquél Franco ecuestre en la Plaza de san Juan de la Cruz de Madrid, alzado sobre su orondez, su agigantado enanismo y su mediocridad de sacristía y Fanta, era todo un símbolo de su victoria colectiva sobre la izquierda obrera y republicana.
Victoria, sin duda, del otrora llamado “franquismo sociológico” residenciado en el aznarismo , pero no, desde luego, tanto referida a la de 1939 – que esa es historia – como de la de 1978, la que consagró en pacto constitucional su reciclaje en demócratas, con el rey que Franco puso sobre todos los españoles menos sobre Él mismo y el Ejército como garante de la unidad de España, (y no los ciudadanos en libre y constitucional pacto republicano) incluyendo la jubilación asegurada para los torturadores del Brigada Político Social y de los jueces – no todos jubilados – que se libraron de su Nuremberg. Protestaron, lo dicen los periódicos, airados sobre sus abrigos de pieles y sus carteras de documentos, Blas Piñar y sus huestes dieron el toque salpimentador.
La cruz de la sorpresa fue sin duda la existencia de tantos franquistas sin complejos que tienen a Zaplana como portavoz, pues incluso en la transición que a la fecha pretenden aprehender como estrategia propia y gananciosa, se condujeron con mayor recato. “El Partido Popular se delata a sí mismo”, escribe Alberto Arce en La Insignia y continúa:
” Una docena de fascistas nostálgicos hacen el ridículo en público y el gobierno del Partido Socialista no se atreve a salir con orgullo, decisión y claridad a los medios de comunicación y decir que sí, que retira la última estatua de Franco que quedaba en Madrid pese a quien pese. ¿Ante quien hay que explicarse para desterrar de una vez por todas los símbolos de la dictadura? ¿Por qué no se avisó con antelación de que la estatua sería bajada del pedestal? ¿Acaso temían que miles de personas se congregasen en el lugar para recordar que la historia no se cerrará hasta que no se asuman las justas reivindicaciones de las víctimas, de los defensores de la II República? ¿Es que nuestros ministros socialistas no se atreverían a encabezar ese acto público?”
Por supuesto que no, añado, el “republicanismo cívico” versión ZP no dá para tamañas desmesuras, les basta y sobra con algún gesto, amagar por aquello de la memoria del abuelo republicano fusilado, la dignidad vacua sin cuestionar el buen rollito con la Zarzuela. Pero quizás podamos esperar la definitiva reconciliación del PP con el Monarca, que según dicen los populares es del PSOE o al menos felipista, ahora que Felipe González les parece un aceptable estadista, a kilómetros del “radical” Zapatero.
No les da vergüenza aparecer como nostálgicos franquista porque saben que el llamado centro político ha desaparecido, que ya no deben disputarlo al PSOE porque el funcro se halla en otro lugar, “¡la economía estúpido, la economía” ese lugar habitado en común con los odiados socialistas por mor del Pacto de Estabilidad, el TCUE y la íntercambiabilidad de los Ratos/Solbes. Ese parece ser el nuevo “centro” que no puede ni debe estar en disputa por lo que el juego debe moverse por las bandas.
Tampoco les da vergüenza de su nostalgia de la dictadura totalitaria porque cuestionan que tal cosa existiera, ya en su día la coartada se la brindó J.J. Linz, en memorable definición del franquismo en clave de conceptualización “cientifica” por donde la Dictadura fue meramente un régimen autoritario, de pluralismo limitado, no democrático, al que caracterizaba mas una mentalidad que una ideología dominante, promotor de una aceptación pasiva mas que de una movilización activa a la que recurría muy ocasionalmente. Tal definición muy inmediatamente acogida, protegida y blindada contra otras, como las de Giner, a quien el franquismo le aparece como un despotismo reaccionario que se apoyó en una amplia conjunción de viejas y nuevas clases medias o la de Oltra quien lo calificó de bonapartista o neobismarkiano.
La naturaleza del franquismo no está de actualidad en el debate político, y sin embargo su carácter de clase, de dictadura contra la clase obrera no ha sido suficientemente puesto en evidencia, no es paradójico que la satanización universal en la izquierda toda sobre el régimen de Franco para nada ayude a analizarlo, (“¿para qué si es absolutamente perverso y maldito?”) por ello hechos sociales de historicidad incuestionables son pasados por alto, valgan como ejemplo la casi gratuidad del acceso a nuevas viviendas para trabajadores – a partir de los primeros sesenta – al tiempo que permitía que los propietarios de las casas y corrales de vecinos del centro de las ciudades hicieran grandes negocios edificando una vez librados de los alquileres baratos, dejándolas caer de vejez y de incuria, que medio regalaba pisos de 50 m2 al tiempo que mataba de hambre a las familias obreras que apenas llegaban a final de semana trabajando tres o cuatro miembros.
Lo cierto es que está por divulgar mas allá de los departamentos universitarios de historia social, de antropología urbana, de historia económica o de sociología, el análisis socioeconómico del franquismo, acceder a él permitiría descubrir no pocas claves de las adscripciones políticas al día de hoy, algunas curiosas como sin duda encontraríamos en los auténticos beneficiarios de un keynesianismo bismarckiano que tuvo a un cierto Funes, de dudosa memoria, como teórico, o, mucho mas interesantes, los railes por los que en absoluto chirría el franquismo sociológico que el PP vehicula al encuentro feliz con el neoliberalismo mas radical.
Sin duda el anticomunismo allí y aquí, el para nada larvado proamericanismo de la época desarrollista que entusiasmaba a los ex-falangistas, anticomunistas a la vanguardia de la guerra fría, explican algo el tránsito, pero, insisto, la clave habría de ser económica y social: no de otro modo podremos dar respuesta a la angustiada y amargada aseveración de nuestro hijos cuando comparan las condiciones de vidas de los trabajadores jóvenes, el Precariado, las suyas mismas, con las que las generaciones mayores debimos soportar bajo el franquismo.
Tiren, en buena hora, las estatuas del Dictador, pero háganlo a la luz del día, por trabajadores municipales con empleo fijo y salario digno, restituyan la dignidad de aquella República que se quería “de trabajadores de todas las clases”, vayamos a por la III que anhelamos, pero recordemos contra quien estuvo la dictadura franquista y sus beneficiarios.
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