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 JOAQUíN MAYORDOMO | 30 de mayo de 2012  
Cuarto Poder  | 
                 
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| Imagen de una protesta en junio del año pasado junto Partenón de Atenas. / Efe | 
Conozco a un médico de familia que, tomando como referencia el artículo Health effects of financial crisis: omens of a Greek tragedy —Efectos en la Salud de la crisis económica: presagios de una tragedia griega—, publicado recientemente en la revista inglesa The Lancet,
 plantea sesiones clínicas a sus colegas con este tema, mientras 
intenta, allá donde le dejan, avisar de lo que, si nadie lo remedia, se 
avecina en España en lo que se refiere a Salud.
Que no es poco, no. Con un paro que ronda
 el 25% (el juvenil, el 50%), una deuda (pública y privada) que ya nadie
 quiere financiar y la amenaza de una quiebra bancaria que parece 
empujar irremisiblemente a España al rescate financiero, con el 
consiguiente recorte de gasto (¡más todavía!) en servicios sociales, en 
salarios, en inversión pública, en Educación, en Sanidad…,  no es de 
extrañar que el panorama sanitario se presente, a corto y medio plazo, 
más que negro.
Pero, ¿qué cambios van a experimentarse, a percibirse muy pronto tal 
vez, a partir de este proceso de descapitalización sanitaria? Lo 
primero, quizá, es que la gente dejará de ir al médico. Los españoles 
van ahora 7,5 veces al año de media, según los últimos datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), citados por El País,
 frente a las 8,1 veces que iban en la anterior encuesta que se hizo al 
respecto. Pero, ¿por qué dejan ya, o dejarán de ir al médico? Por varias
 razones: lo primero porque tendrán que pagar, tal vez, una cuota aunque
 ésta sea sólo simbólica (el famoso copago); pero también porque las 
consultas ya no les quedarán tan cerca al terminar cerrándose centros de
 salud, y, lógicamente, las que queden abiertas van a estar mucho más 
masificadas; y habrá asimismo menos médicos disponibles y menos 
enfermeras para atenderles, que a su vez les dedicarán menos tiempo, 
como es natural y, encima, se quedarán con la sensación, suponemos, de 
que apenas les han hecho caso, dado que el personal sanitario se va a 
ver desbordado, al ser menos para igual o más trabajo.
La consecuencia inmediata de todo esto es que los episodios de 
enfermedad que el ciudadano padezca se irán agravando. También se 
descuidarán más la vigilancia y los cuidados cotidianos de salud y se 
retraerá el enfermo en la compra de fármacos, muchas veces 
imprescindibles. Pero, paradójicamente, será una constante que mientras 
las visitas al ambulatorio decrecen, se incrementarán las que el enfermo
 hace al hospital. La razón es comprensible: el descuido en el cuidado 
cotidiano de la salud trae consigo, casi siempre, episodios más graves 
de enfermedad y de peor resolución. De Grecia, por ejemplo, se dice en 
el artículo citado que los ingresos en los hospitales públicos 
aumentaron hasta un 40% en el año 2010 respecto al año 2009, mientras se
 reducían en los hospitales privados entre un 25 y un 30%. Y si se toma 
el periodo 2008-2010 como referente, el incremento de ingresos en los 
hospitales públicos helenos fue de un 8%. Es decir, que el deterioro de 
la gestión sanitaria, en lo que se refiere a prevención y a atención 
primaria, se paga caro en la asistencia especializada, con el agravante,
 en fin, de que ésta podría sufrir un colapso o “atasco” asistencial 
debido al incremento en la demanda y la pérdida de calidad.
Luego habría que hablar de los grupos más vulnerables: ancianos, 
enfermos crónicos, y de todos aquellos sectores sociales más débiles y 
marginados: inmigrantes, enfermos de VIH o de quienes padecen cualquiera
 otra infección. A todos ellos, a los que la atención sanitaria 
gratuita, universal y pública mantiene ahora —con una “aceptable calidad
 de vida”, se entiende—, se les sustraerán recursos enseguida para 
dejarles a merced de su enfermedad. De estos grupos saldrán las primeras
 víctimas visibles del drama que desde Grecia ya se anuncia, también 
para nuestro Sistema Nacional de Salud, pues es evidente que al 
descender los recursos la “tragedia griega” de la que estamos hablamos 
se hará en cualquier momento realidad.
No obstante, como en el cuento de Pedro y el lobo, son muchos los españoles que, todavía, no parecen querer enterarse de la situación real. Según el médico de familia Federico Jiménez,
 “sólo la gente mayor, los ancianos, que vivieron situaciones de penuria
 en el pasado, empiezan a estar realmente preocupados. La población más 
joven, en cambio, aún estando en paro, sigue demandando recursos 
sanitarios sin medida como si nada estuviera pasando”, explica. “Sí 
observamos, en la atención primaria al menos”, añade, “un cierto 
retraimiento ya para pedir bajas laborales. De hecho hay pacientes que 
entendemos que necesitan esa baja y, sin embargo, la rechazan por miedo a
 perder el trabajo. Esto antes no ocurría”.
Hay otros indicadores, también, que son más que elocuentes para 
explicar lo que está pasando, y que nos adelantan por sí solos qué puede
 ocurrir en España muy pronto. Los suicidios por ejemplo. En Grecia este
 dato es escalofriante. Entre 2007 y 2009 los suicidios aumentaron en el
 país heleno un 19%. Y un 25% más en el período 2009-2010. Pero es que 
ahora mismo el índice de suicidios entre la población griega ha sufrido 
un incremento del 40% respecto a hace dos años. ¡Y este también es un 
dato de salud a tener en cuenta! Porque aunque se considere que al menos
 un 25% de los suicidios que hay en Grecia tienen que ver con la 
situación financiera, no deja de ser un problema de salud… Problema 
“mental” si se quiere, pero de salud al fin y al cabo. Pues si sólo 
fuera por temas de dinero por lo que se suicida la gente, en Grecia se 
habría suicidado ya medio país, ¿no? Y afortunadamente no ocurre así.
También ha crecido en general la violencia de forma alarmante, 
mientras que la tasa de robos se ha duplicado. En otras palabras: la 
salud integral de los griegos se está resquebrajando como la tierra 
cuando es sacudida por un seísmo violento. Por los datos que estamos 
citando, aparecidos en de The Lancet, se podría colegir que a 
nosotros, los españoles, si esto no cambia, va a ocurrirnos lo mismo. Y 
lo peor de todo es que esta información, la que aquí reflejamos, se 
antoja una gran losa que difícilmente evitaremos que nos caiga encima; 
como ya les cayó a los griegos. Los recursos destinados allí a la 
cobertura de bajas laborales por enfermedad descendieron entre 2009 y 
2010 más de un 40%. Aquí no se sabe por ahora qué ocurrirá, pero 
vislumbramos el camino.
¿Sucederá aquí lo mismo? Intentemos imaginarnos qué puede pasar 
cuando ese millón setecientas mil familias y pico (1.782.400 
exactamente) que tienen todos sus miembros en paro se queden 
definitivamente sin ahorros, sin la ayuda de sus padres ancianos o 
abuelos, o sin la mísera aportación social que aún reciben del Estado. 
¿Qué ocurrirá cuando esos otros millones de jóvenes, entre 18 y 34 años,
 que están en paro se harten de esperar por un trabajo que nunca llega, o
 por “algo” que les guíe hacia el futuro? ¿Qué ocurrirá con la salud de 
los españoles que no tengan para comer o ni siquiera fuerza para ir al 
médico? Entonces se mascará la catástrofe y quizá ya no haya remedio 
para salvar el Sistema Nacional de Salud del naufragio. Entonces la 
tragedia griega será una realidad: volverán las epidemias. Las 
enfermedades infecciosas que creíamos haber desterrado de la tierra, 
como la tuberculosis u otras más sencillas de tratar, como el sarampión,
 tendrán de nuevo su caldo de cultivo y volverán. De hecho han vuelto 
ya.
El sida también será más frecuente (en Grecia el incremento en estos 
años de crisis ha sido de un 52%) y la prostitución y el comercio con 
seres humanos, siempre tan recurrente en tiempos de catástrofe social, 
también volverán a campar a sus anchas en nuestra sociedad. La situación
 podría llegar a ser tan extrema que aquí también podrían darse 
situaciones como las observadas en el país heleno donde se han 
contabilizado casos de auto infección para poder acceder a las ayudas 
que el Estado aún conserva para estos enfermos. El uso de la heroína ha 
crecido un 20% en Grecia últimamente. Y el tiempo de consulta que alguna
 ONGs dedicaban casi exclusivamente a los inmigrantes, ahora lo dedican,
 en más de un 30%, a atender a los propios griegos; a esos cientos de 
miles de griegos que ya han caído en la marginalidad.
Claro que todo no ha de ser malo: en el país de Sócrates y Platón
 ha descendido el consumo de alcohol, así como los accidentes de 
tráfico. No se sabe si guardan relación ambos hechos, probablemente sí, 
aunque lo razonable sería pensar que ahora circulan menos coches pues 
los griegos ya no tienen ni para gasolina, como se suele decir.
Para ir concluyendo: la enseñanza que la experiencia griega nos deja 
en cuanto a nuestra Salud se refiere, y de la que deberíamos tomar nota 
para irnos preparando, es que el esfuerzo que hace Grecia para ajustar 
sus recursos reales (mientras intenta pagar sus deudas) a los servicios 
que puede dar tiene una repercusión directa en la salud de los más 
débiles. Aquí no será una excepción tampoco. De modo que, antes de que 
en nuestro país se concreten los resultados de esa exclusión social que 
se avecina, ya se podrá adelantar que, si hablamos de salud, esto es lo 
que va a ocurrir: En primer lugar, los ciudadanos tendrán cada día más 
difícil el acceder a los servicios preventivos de salud ya que el Estado
 abandonará (si no lo ha hecho) las políticas de Salud Pública, apenas 
esbozadas, en la anterior legislatura. En segundo lugar, las 
enfermedades infecciosas van a encontrar un campo abonado en todos los 
órdenes; la crisis es su caldo de cultivo. El VIH o las ITS (Infecciones
 de Transmisión Sexual) experimentarán un incremento notable y 
asistiremos, desgraciadamente, a su amplio desarrollo. Finalmente, la 
consecuencia de todo esto va a ser… —no podrá ser otra manera— la 
pérdida irreparable de vidas humanas. Así de simple.


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