Wert y la vuelta a la tortilla de la inmersión.-
De manera poco discreta, provocadora, el ministro Wert, ese, ese, el que recorta dineros para subvencionar la enseñanza pública y la concertada, ese mismo que fuerza el despido de profesores interinos, dice en el Congreso que hay que "españolizar" a los niños catalanes lo que está diciendo es darle la vuelta al discretisimo proceso de catalanizar a los niños de los trabajadores españoles inmigrantes en Cataluña forzados a escolarizarse en lengua catalana ya desde el preescolar, destinando a ello los dineros necesarios en gastos de profesorados interinos, material escolar, etc, niños que apenas sabían hablar español, van descubriendo y descubriendo desde hace ya bstantes años a sus padres que son "nativos", algo mas que catalanes de adopción o acogida, siguiendo la política que Pujol ya venía pactando con Aznar primero con Zapatero luego: la llamada inmersión lingúistica en el idioma catalán, ello les llevaría a convertirse en "verdaderos" catalanes y no en "españoles" resistentes, cultivando el recuerdo de la "patria chica" mas allá del recuerdo nostálgico del folclore o de la parentela "que quedó allá". Aprendiendo a hablar en catalán para todo, no solo en la escuela, no solo en la familia, a pensar incluso de ser posible en catalán, disponerse a transitar el camino de la salida de Cataluña de España.
Wert ha provocado, ha vacilado a los catalanistas amenazando con darle una vuelta de tuerca a la tortilla, alimentando de este modo tanto al nacionalismo catalán como al nacionalismo español, mas allá de la legalidad que el texto constitucional reserva para el uso de los idiomas en los territorios bilingúes: así si quieres ser español en Cataluña tendrá que ser a nuestro modo, el del PP, nacionalista y revanchista, vengativo.
JM.
Hoy es la Fiesta Nacional, y ya
 saben que en España no nos conformamos con tener un día festivo, hacer 
algún pastel típico, ir al campo o ver el desfile, como en otros países.
 Aquí la Fiesta Nacional es una oportunidad para dar la nota con más 
visibilidad que de costumbre. Salimos a polémica por fiesta. No hay año 
en que no tengamos algo jugoso que contar de lo sucedido en el desfile, 
en la tribuna de autoridades, en la recepción del Rey o en los corrillos
 con la prensa. Y este año, en pleno crescendo españolista, más de uno 
tendrá la fecha marcada en rojo (y gualda) desde hace semanas.
 Ministros bocazas, políticos de dedos rápidos en las redes sociales, 
militares henchidos de amor a la patria, tertulianos camorristas, hoy es
 vuestra oportunidad, pero tendréis que esforzaros para ganar un 
titular, porque el ministro Wert dejó el listón muy alto hace dos días, y
 no descarten que sea él mismo quien intente batir la marca hoy.
 Mucho se habla de la maniobra envolvente (de envolverse en la bandera) 
con que Artur Mas se ha quitado de encima una parte de la contestación 
social a sus recortes, subiéndose al carro del clamor de ciudadanos que 
no ven ya futuro en el estado de las autonomías. Siendo ello cierto 
(tanto la maniobra de Mas como el clamor ciudadano), no menos cierto es 
el intento del gobierno español por tapar sus propias miserias con el 
paño rojigualdo. Esta vez lo que hay que tapar es tan grande que no le 
daría ni con la bandera king-size de Colón, pero ante buena parte de los
 ciudadanos (y no sólo entre su electorado), el recurso al nacionalismo 
español, azuzando la bicha catalana, suele dar resultado.
 Sin embargo, cuando veo lo españolísimos que se ponen nuestros 
gobernantes cada vez que alguien les toca su España, me recuerdan al 
chuleta al que se le va la fuerza por la boca, que berrea a los 
conductores y entra por la puerta de casa rebuznando, pero luego en el 
trabajo es un animalito sumiso que agacha la cabeza y hasta hace la 
pelota al jefe por mucho que este le explote.
 Porque 
si se trata de sacar pecho patriótico, donde de verdad hay que ponerse 
español-español y defender este país no es en Barcelona, sino en Berlín,
 en Bruselas o en Washington. No en los colegios catalanes, sino ante el
 BCE, la Comisión y el FMI. No es con Artur Mas con quien hay que echar 
el pulso para salvar España, sino con Merkel, Draghi y compañía. Ahí es 
donde me gustaría ver al gobierno sacando pecho, remangándose, 
sosteniendo la mirada y hablando con voz rotunda. Porque si el futuro de
 España está en peligro no es por lo que decidan los ciudadanos de 
Cataluña, sino por lo que decidan por nosotros en esas capitales.
 Y en esos foros no vemos una defensa tan enérgica de España. Más allá 
de fanfarronerías del tipo “no me han presionado para aceptar el rescate
 bancario, en todo caso he sido yo el que he presionado” (equivalentes 
al mismo chuleta de antes, cuando en la cena o en el bar dice que le ha 
cantado las cuarenta a su jefe), no veo que el presidente y los suyos 
planten cara a quienes desde fuera están poniendo en peligro nuestro 
futuro.
 Sin irse tan lejos, también en España hay 
oportunidades para ser patriota y defender lo común. Podían probar a 
ponerse igual de gallitos con todos esos evasores de impuestos cuyo 
agujero fiscal, de no existir, dejaría el famoso déficit en calderilla. O
 con todos esos corruptos, algunos en sus propias filas, que nunca 
devuelven lo trincado. O poner en su sitio a todas esas grandes empresas
 que a base de ingenierías contables acaban pagando menos impuestos que 
cualquiera de nosotros.
 Puestos a españolizar, antes 
que a los niños catalanes bien podrían dedicarse a españolizar la banca 
(pero de verdad, para crear una banca pública al servicio de los 
ciudadanos, no para socializar pérdidas como hasta ahora), españolizar 
sectores estratégicos y tantas cosas que se vendieron con alegría en su 
momento y que tan bien nos vendrían hoy para tener más recursos con que 
salir de esta.
 Pero ya digo: el patriotismo de 
nuestros gobernantes, su defensa de España, es la del que te atruena con
 el claxon si tardas dos segundos en arrancar en el semáforo, o da las 
órdenes familiares a gritos para que el vecindario sepa quien lleva 
puestos los pantalones en esa casa. Pero luego, cuando se cruza con el 
señor director, sonríe dulcemente, encorva la espalda y le desea un buen
 fin de semana.

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