Estos no son tiempos de hashtag, sino de barricada
En Rebelión el 12-07-2012
Que en estos tiempos
hipertecnologizados hayan tenido que ser los mineros los que enseñen el camino
al resto de trabajadores, da que pensar. Que en la época de empresas flexibles,
sociedad de la información, economía global, riqueza virtual y trabajadores
desubicados y desideologizados, hayan tenido que ser los viejos mineros, con
sus duras herramientas, sus manos callosas y su fuerte conciencia de colectivo,
los que salgan a la luz y echen a andar para que los sigamos, debería hacernos
pensar qué nos ha pasado a los trabajadores durante los últimos años, qué hemos
hecho y dejado de hacer, qué nos han hecho y qué nos hemos dejado hacer.
Habrá quien diga que
el protagonismo minero de estos días es pura coherencia: si la crisis y las
políticas anticrisis suponen para los trabajadores un salto atrás en el tiempo,
un regreso a trompicones al siglo XIX, nadie mejor que los mineros al frente de
la manifestación, ellos que con tanta rotundidad encarnan aquellos tiempos
iniciales del movimiento obrero. Pero no estamos ante un asunto de coherencia
histórica, sino mucho más.
Las emocionantes
escenas vividas en cada pueblo por donde han pasado los mineros en su marcha
hacia Madrid, la acogida, las palabras de ánimo, las ayudas recibidas, la
solidaridad extendida por todo el país, en las calles y en las redes sociales,
y finalmente el recibimiento en la capital y el acompañamiento en su protesta
por tantos trabajadores, deberían ser un revulsivo, marcar un punto de
inflexión en la construcción de resistencias colectivas. Los mineros han roto
algo, han despertado algo que dormía en nosotros, nos han empujado.
Sé que hay un
componente no pequeño de simpatía que escapa a las razones de su protesta. Hay
algo de justicia histórica, de memoria, de sentimentalidad obrera si quieren,
en el cariño que los mineros reciben estos días, y digo cariño con intención,
porque en ocasiones se trata de cariño más que de comprensión de sus
reivindicaciones. La figura del minero, con su casco, su lámpara y su rostro
ennegrecido está fuertemente arraigado en el imaginario de la clase trabajadora
desde hace siglos, y por eso con los mineros no funciona el habitual discurso
de los “privilegiados” con que algunos intentan anularlos desde la derecha
mediática (por eso, y porque la minería representa desde siempre lo más duro y
peligroso del mundo del trabajo, y su fatiga, lesiones, enfermedades y
accidentes no casan bien con ningún privilegio). Por todo ello, por su
condición popular de héroes de la clase obrera (demostrada, por otra parte, en
tantos episodios de lucha en efecto heroica a través de siglos), parece natural
que los mineros encuentren todo ese calor a su paso por los pueblos. No creo
que una marcha a pie de, pongamos, camareros, albañiles, periodistas o
funcionarios, lograse tanto apoyo, tanto cariño, tantos recibimientos,
homenajes y adhesiones, por justas que fuesen sus reivindicaciones.
Pero más allá de ese
componente emocional, importa el momento en que se ha producido esta salida de
los pozos. En un momento de terror económico como este, cuando los trabajadores
nos sentimos acorralados, desesperanzados, y nuestra resistencia se limita a
adivinar por dónde vendrá el siguiente golpe, la aparición en escena de los
mineros puede ser la lucecilla al final del túnel (el túnel en que andamos
perdidos los trabajadores, no el tópico túnel de la salida de la crisis donde
la única luz que se ve es la del tren que viene de frente), la señal que
estábamos esperando. Los mineros nos están dando una lección que no deberíamos
dejar pasar, y que va más allá de sus reivindicaciones por justas que puedan ser.
Y lo son. Los mineros
tienen razón en su lucha, y no voy ahora a extenderme en por qué tienen razón.
La tienen por todos los motivos que ya habrán oído y leído estos días, pero
incluso si no tuviesen esos motivos, seguirían teniendo la razón de su lado,
por una elemental cuestión de justicia histórica. Se lo debemos, a ellos y a
las generaciones de mineros que les anteceden, y eso basta para que estemos
obligados a respetar su medio de vida y sus territorios, ofrecerles salidas
dignas y no escatimarles un dinero que es calderilla comparado con los rescates
financieros. Pero insisto: lo que hoy me interesa no es tanto su lucha
particular (que apoyo), sino esa lección de dignidad, solidaridad y resistencia
que nos dan al resto de trabajadores. Todos nos hemos sentido interpelados
estos días por la lucha de los mineros, en dos direcciones: porque en su
reivindicación de un futuro digno cabemos todos los que igualmente carecemos de
ese futuro; y porque la contundencia de su lucha hace más evidente nuestra pobre
reacción ante los ataques sufridos.
En cuanto a lo
primero, la reivindicación de los mineros es extensible a todos nosotros. En
los mineros vemos nuestro pasado, nuestra conciencia de clase que en algún
momento perdimos o nos arrebataron, las posibilidades de lucha colectiva que
hoy no encontramos. Pero sobre todo, vemos en ellos nuestro futuro: en su grito
para no ser abandonados, para no desaparecer, para no ver arrasados sus pueblos
y comarcas por el paro y la inactividad, asoma un resquicio del futuro que nos
espera a todos, convertidos todos en trabajadores abandonados a nuestra suerte,
abocados a un largo tiempo de escasez, de miseria; a merced de un viento que no
deja nada en pie; con millones de empleos en extinción, y toda España
convertida en una gran comarca minera amenazada por la desolación y la falta de
salidas.
En cuanto a lo
segundo, la dureza clásica con que resisten los mineros, la violencia con que
responden a la violencia, hace que debamos buscar otra palabra para denominar
lo que hacemos los demás, eso que a menudo llamamos de manera exagerada
resistencia. Mientras nosotros ‘incendiamos’ las redes sociales, los mineros
prenden fuego real a las barricadas en las autopistas. Mientras nosotros
convocamos una huelga cada dos años, sin mucha convicción y sobre todo sin
continuidad, los mineros eligen la huelga indefinida durante semanas,
inflexible. Mientras nosotros escribimosposts y tuits de denuncia contra los
recortes (yo el primero), ellos se encierran en los pozos, paralizan el
tráfico, levantan en pie de guerra comarcas enteras, y finalmente echan a andar
por la carretera. Mientras nosotros pintamos ingeniosas pancartas y componemos simpáticos
pareados para gritar en manifestación, ellos se enfrentan a cuerpo con la
Guardia Civil. Mientras nosotros retuiteamos y damos miles de “me gusta” para
apoyar las reivindicaciones de los colectivos más castigados, ellos van pueblo
por pueblo dando y recibiendo abrazos, compartiendo comidas y techo. Mientras
esperamos al próximo aniversario para volver a tomar las plazas, ellos se
plantan en la Puerta del Sol tras haber hecho suyas las plazas de todas
aquellas localidades por las que pasaron.
La lección está clara:
ante el ataque total contra los trabajadores, estos no son tiempos de hashtag, sino de barricada. Frente a la solidaridad efímera de la red
social y la indignación inofensiva, son tiempos de caminar juntos, de compartir
encierro o marcha, de encontrarse en las calles, de abrazarse como ya no nos
abrazábamos, como estos días se abrazaban los mineros con quienes los esperaban
a la entrada de cada pueblo.
Por todo ello, el
gobierno no puede permitir que los mineros ganen este pulso: porque si
triunfan, estarán dando un mal ejemplo para el resto de trabajadores, que
podríamos tomar nota, aprender la lección, seguir su ejemplo para ser
escuchados, para no ser pisoteados, para no seguir perdiendo: luchar, resistir,
construir redes de solidaridad, ser firmes, llegar hasta las últimas
consecuencias, tomar la calle, recuperarla. Por eso la durísima represión
policial contra los mineros y su criminalización mediática.
Por las mismas razones los trabajadores
necesitamos que los mineros ganen este pulso: porque su victoria despeja el
camino para nosotros, y en cambio su derrota nos haría más difícil levantar la
resistencia. Por eso hoy todos somos mineros, y tenemos que estar con ellos.
Por justicia, por historia, por memoria, porque lo merecen. Pero también por
nosotros, porque si ellos temen por su futuro, el nuestro es más que negro,
negro carbón.
Fuente: http://www.eldiario. es/zonacritica/2012/07/11/soy- minero/
Fuente: http://www.eldiario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario