Jorge Martínez Reverte: ´Los militares deberían reconocer la herencia del general Rojo´
"Franco ´vendió´ que había salvado a muchos judíos pero ocultó que encargó un censo de judíos españoles para entregar a Hitler"
La búsqueda de unos documentos llevó a Jorge Martínez Reverte (Madrid, 1948) a darse de bruces con un material inédito del general Vicente Rojo, estratega del Ejército republicano encargado de la defensa de Madrid. Ahora ve la luz en ´Historia de la guerra civil española´ (RBA), de cuyo estudio preliminar y edición es autor Reverte, que hoy presenta el libro en el Ateneo Republicano de A Coruña
ISABEL BUGALLAL | A CORUÑA
–¿Cómo encontró esos escritos inéditos del general Rojo?
–Buscando documentación para otro libro, El arte de matar, aparecieron en el Archivo Histórico Nacional unos escritos titulados Historia de la guerra civil española y que, para mi sorpresa, estaban casi todos inéditos. Abarcan hasta mediados de 1937.
–Rojo cuenta la guerra desde dentro, ¿aporta un nuevo punto de vista?
–Para cualquier historiador es muy interesante el punto de vista de uno de sus protagonistas. A mí me interesa mucho su narración de la primera parte de la guerra, en la que, entre otras cosas, deja en evidencia que el golpe que en primera instancia fracasó lo pararon militares y fuerzas de orden público leales a la República. Eso es muy interesante porque hay el mito, sobre todo en la izquierda, de que el golpe lo pararon las milicias de los partidos y esto no fue así, los milicianos ayudaron a las fuerzas de orden público. Se ve en los escritos, además, el grave error que fue disolver el Ejército, porque dejó a la República casi inerme —si mandas disolver el Ejército, el ejército que se disuelve es el tuyo, no el del enemigo—. Hay otra cosa que me parece especialmente interesante y es la descripción de cómo eran los militares españoles entonces: había una tradición liberal importante y eso explica que muchos permanecieran leales a la República.
–Muchos eran conservadores y católicos.
–Sí, no sólo es el caso de Rojo. Hay otros generales, como Matallana o Menéndez, que fueron los que organizaban el ejército republicano, y eran conservadores, liberales que decidieron permanecer fieles a su juramento. No veían que la República fuese a derivar en una revolución bolchevique, no veían ese riesgo, ni mucho menos, como describe Rojo.
–La República, dice usted, ´no es el régimen que nos contaron´.
–El que nos contaron durante cuarenta años, desde luego que no. El que se contó desde algunas versiones de izquierda y desde el Partido Comunista, tampoco. La República era un régimen contradictorio, con muchísimos problemas, en una coyuntura espantosa y dio lugar en muchas ocasiones a que la democracia no funcionara bien.
–Rojo destaca, además del error de Largo Caballero de disolver el Ejército, una entrevista con un Azaña optimista, algo insólito.
–Es un episodio único, porque Azaña se muestra en todo momento pesimista, al avanzar el golpe y al ver que Largo Caballero se niega a formar gobierno con los republicanos si no se aceptan sus condiciones, entre ellas la de incorporar después a la CNT, cuestión que le repugnaba. Azaña siempre aparece como pesimista, salvo hacia marzo de 1937, en que parece pensar que hasta es posible que la República gane la guerra: insólito.
–¿Cómo era el general Rojo?
–Aparte de conservador y católico, era un hombre moderado que se había formado en un ejército que también lo era, ajeno a cualquier extremismo antes de la guerra, ya que los militares adscritos a la Falange o al Partido Comunista no llegaban ni al 5%. Después, hubo una radicalización, sobre todo de los monárquicos, que se convirtieron en gente feroz.
–¿Echaba en falta la disciplina y obediencia que había en las filas comunistas?
–Él, que detestaba el comunismo, vivió durante la guerra la contradicción de admirar las tropas de la recluta comunista, el Quinto Regimiento. Eran las tropas más disciplinadas y que mejor combatían.
–¿Hubiera podido presentarse hoy este libro en sede militar?
–Me habría gustado. Yo creo que los militares españoles, si se parecen a alguien de los militares de entonces es a gente como Rojo: militares bien preparados, que defienden la Constitución y saben idiomas. Me gustaría que alguna vez el estamento militar reconociese la herencia de Rojo.
–¿Lo ve aún lejano?
–No, pero hay una precaución que no tiene sentido, como si fuese una provocación citar a Rojo en esos ámbitos. Creo que si los militares que hoy tienen entre 50 o 60 años leyeran a Rojo cambiaría bastante su cabeza.
–Usted suele repetir que se cometieron barbaridades en los dos bandos contendientes.
–Se cometieron barbaridades en los dos, lo que pasa es que en uno muchas más que en el otro. Y, sobre todo, que en uno todo su afán era liquidar al adversario. En el otro había mucha gente que también lo pretendía, pero la República, como régimen, jamás lo intentó.
–¿Franco regaló a Hitler fichas de los judíos españoles?
–Franco intentó vender después de la guerra que él había ayudado a salvar a muchos judíos porque a muchos les permitió pasar por España siempre que fueran directos a un barco para ir a Palestina, a otros los internó en el campo de concentración de Miranda de Ebro para que las organizaciones judías americanas se los llevasen a EEUU y a muchos judíos españoles los ignoró y acabaron muriendo en los campos de concentración. Franco se apropió de las acciones de diplomáticos españoles ejemplares como Sanz Briz, que salvaron a muchos judíos, pero ocultó que encargó un censo de judíos en 1941, lo cual, dada la fecha, significa que, si España entraba en la II Guerra Mundial, entregaría a los propios a Alemania para la solución final. Y esto lo hicieron dos fascistas terribles, el conde de Mallalde y Serrano Súñer.
–¿A cuántos ficharon?
–A unos 6.000.
–Pregunta obligada, ¿ha jubilado a Gálvez?
–No, no, no, Gálvez va a volver cuando él quiera y yo creo que va a ser pronto: llama ya a la puerta.
–¿Aparca la guerra?
–Cuando acabe el libro en el que estoy trabajando, sobre la División Azul, me pondré a ello.
–Buscando documentación para otro libro, El arte de matar, aparecieron en el Archivo Histórico Nacional unos escritos titulados Historia de la guerra civil española y que, para mi sorpresa, estaban casi todos inéditos. Abarcan hasta mediados de 1937.
–Rojo cuenta la guerra desde dentro, ¿aporta un nuevo punto de vista?
–Para cualquier historiador es muy interesante el punto de vista de uno de sus protagonistas. A mí me interesa mucho su narración de la primera parte de la guerra, en la que, entre otras cosas, deja en evidencia que el golpe que en primera instancia fracasó lo pararon militares y fuerzas de orden público leales a la República. Eso es muy interesante porque hay el mito, sobre todo en la izquierda, de que el golpe lo pararon las milicias de los partidos y esto no fue así, los milicianos ayudaron a las fuerzas de orden público. Se ve en los escritos, además, el grave error que fue disolver el Ejército, porque dejó a la República casi inerme —si mandas disolver el Ejército, el ejército que se disuelve es el tuyo, no el del enemigo—. Hay otra cosa que me parece especialmente interesante y es la descripción de cómo eran los militares españoles entonces: había una tradición liberal importante y eso explica que muchos permanecieran leales a la República.
–Muchos eran conservadores y católicos.
–Sí, no sólo es el caso de Rojo. Hay otros generales, como Matallana o Menéndez, que fueron los que organizaban el ejército republicano, y eran conservadores, liberales que decidieron permanecer fieles a su juramento. No veían que la República fuese a derivar en una revolución bolchevique, no veían ese riesgo, ni mucho menos, como describe Rojo.
–La República, dice usted, ´no es el régimen que nos contaron´.
–El que nos contaron durante cuarenta años, desde luego que no. El que se contó desde algunas versiones de izquierda y desde el Partido Comunista, tampoco. La República era un régimen contradictorio, con muchísimos problemas, en una coyuntura espantosa y dio lugar en muchas ocasiones a que la democracia no funcionara bien.
–Rojo destaca, además del error de Largo Caballero de disolver el Ejército, una entrevista con un Azaña optimista, algo insólito.
–Es un episodio único, porque Azaña se muestra en todo momento pesimista, al avanzar el golpe y al ver que Largo Caballero se niega a formar gobierno con los republicanos si no se aceptan sus condiciones, entre ellas la de incorporar después a la CNT, cuestión que le repugnaba. Azaña siempre aparece como pesimista, salvo hacia marzo de 1937, en que parece pensar que hasta es posible que la República gane la guerra: insólito.
–¿Cómo era el general Rojo?
–Aparte de conservador y católico, era un hombre moderado que se había formado en un ejército que también lo era, ajeno a cualquier extremismo antes de la guerra, ya que los militares adscritos a la Falange o al Partido Comunista no llegaban ni al 5%. Después, hubo una radicalización, sobre todo de los monárquicos, que se convirtieron en gente feroz.
–¿Echaba en falta la disciplina y obediencia que había en las filas comunistas?
–Él, que detestaba el comunismo, vivió durante la guerra la contradicción de admirar las tropas de la recluta comunista, el Quinto Regimiento. Eran las tropas más disciplinadas y que mejor combatían.
–¿Hubiera podido presentarse hoy este libro en sede militar?
–Me habría gustado. Yo creo que los militares españoles, si se parecen a alguien de los militares de entonces es a gente como Rojo: militares bien preparados, que defienden la Constitución y saben idiomas. Me gustaría que alguna vez el estamento militar reconociese la herencia de Rojo.
–¿Lo ve aún lejano?
–No, pero hay una precaución que no tiene sentido, como si fuese una provocación citar a Rojo en esos ámbitos. Creo que si los militares que hoy tienen entre 50 o 60 años leyeran a Rojo cambiaría bastante su cabeza.
–Usted suele repetir que se cometieron barbaridades en los dos bandos contendientes.
–Se cometieron barbaridades en los dos, lo que pasa es que en uno muchas más que en el otro. Y, sobre todo, que en uno todo su afán era liquidar al adversario. En el otro había mucha gente que también lo pretendía, pero la República, como régimen, jamás lo intentó.
–¿Franco regaló a Hitler fichas de los judíos españoles?
–Franco intentó vender después de la guerra que él había ayudado a salvar a muchos judíos porque a muchos les permitió pasar por España siempre que fueran directos a un barco para ir a Palestina, a otros los internó en el campo de concentración de Miranda de Ebro para que las organizaciones judías americanas se los llevasen a EEUU y a muchos judíos españoles los ignoró y acabaron muriendo en los campos de concentración. Franco se apropió de las acciones de diplomáticos españoles ejemplares como Sanz Briz, que salvaron a muchos judíos, pero ocultó que encargó un censo de judíos en 1941, lo cual, dada la fecha, significa que, si España entraba en la II Guerra Mundial, entregaría a los propios a Alemania para la solución final. Y esto lo hicieron dos fascistas terribles, el conde de Mallalde y Serrano Súñer.
–¿A cuántos ficharon?
–A unos 6.000.
–Pregunta obligada, ¿ha jubilado a Gálvez?
–No, no, no, Gálvez va a volver cuando él quiera y yo creo que va a ser pronto: llama ya a la puerta.
–¿Aparca la guerra?
–Cuando acabe el libro en el que estoy trabajando, sobre la División Azul, me pondré a ello.
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