José María Delgado
Hay gente que es de letras y otros que son de ciencias y hay otros que se lo pasan tan mal con las matemáticas como con la lengua, estos últimos no son de nada y entre ellos me encuentro.
Dejé Económicas en primero y me matriculé en Filología de la que me olvidé en las primeras vacaciones de Semana Santa, mi padre empezó a presionarme y me puse a buscar trabajo, a través de una amiga conseguí un contrato de tres meses en una agencia de cobro de morosos que se llama MMP (Moroso Muerde el Polvo); tenían tres coches 4x4 y una especie de carcasa desmontable que emulaba a una diligencia de las que se usaban en el Oeste Americano, el jefe y una secretaria en la oficina y cuatro cobradores - yo fui el cuarto - que acosábamos a los "clientes" enfundados en larguisimas gabardinas negras que nos llegaban a los pies y en blancos sombreros vaqueros tipo "Stetson". Como soy grandote y corpulento - no quiero pecar de vanidoso pero es cierto que las chicas definen mi fisico de manera menos prosaica - la gabardina me quedaba estrecha y solo me llegaba a media pantorrilla, de modo que siempre que podía pasaba de ponérmela.
Salía a trabajar con un compañero veterano que había sido guardia civil, al principio yo estaba bastante callado, ponía cara de pocos amigos, hacía gestos de desprecio omurmuraba insultos entre dientes. Tengo que decir que este es un trabajo delicado: hay que tener mucho cuidado con no violar la ley, aunque en la práctica todo se reduce a no traspasar determinada raya, variable según el moroso de que se trate, vamos que no se le puede apretar las clavijas de igual manera a un empresario mas o menos pirático, que
suelen tener abogados que les sacan sus buenos dineros, que a un tipo que trafica con drogas, que puede tener una pistola y dinero para pagar matones, como a un pobre diablo incapaz de conservar un empleo que le permita pagar el coche. La historia que voy a contar me sucedió tratando de cobrarle a uno de estos últimos.
Dejé Económicas en primero y me matriculé en Filología de la que me olvidé en las primeras vacaciones de Semana Santa, mi padre empezó a presionarme y me puse a buscar trabajo, a través de una amiga conseguí un contrato de tres meses en una agencia de cobro de morosos que se llama MMP (Moroso Muerde el Polvo); tenían tres coches 4x4 y una especie de carcasa desmontable que emulaba a una diligencia de las que se usaban en el Oeste Americano, el jefe y una secretaria en la oficina y cuatro cobradores - yo fui el cuarto - que acosábamos a los "clientes" enfundados en larguisimas gabardinas negras que nos llegaban a los pies y en blancos sombreros vaqueros tipo "Stetson". Como soy grandote y corpulento - no quiero pecar de vanidoso pero es cierto que las chicas definen mi fisico de manera menos prosaica - la gabardina me quedaba estrecha y solo me llegaba a media pantorrilla, de modo que siempre que podía pasaba de ponérmela.
Salía a trabajar con un compañero veterano que había sido guardia civil, al principio yo estaba bastante callado, ponía cara de pocos amigos, hacía gestos de desprecio omurmuraba insultos entre dientes. Tengo que decir que este es un trabajo delicado: hay que tener mucho cuidado con no violar la ley, aunque en la práctica todo se reduce a no traspasar determinada raya, variable según el moroso de que se trate, vamos que no se le puede apretar las clavijas de igual manera a un empresario mas o menos pirático, que
suelen tener abogados que les sacan sus buenos dineros, que a un tipo que trafica con drogas, que puede tener una pistola y dinero para pagar matones, como a un pobre diablo incapaz de conservar un empleo que le permita pagar el coche. La historia que voy a contar me sucedió tratando de cobrarle a uno de estos últimos.
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