Daniel Campione
Rebelión
La relación entre democracia y socialismo
ha sido objeto de discusión en los últimos años,
en gran medida desde el enfoque de que la propia idea de revolución
social y toma del poder por los trabajadores ya es perversa e intrínsecamente
antidemocrática. El socialismo sería así inapto para
dar lugar a cualquier avance de la democracia. Por el contrario, conduciría
necesariamente a su abrogación. Sólo el funcionamiento de
las instituciones parlamentarias podría así ser el camino
para el surgimiento y consolidación de la vida democrática,
a lo que muchos suman la existencia del libre mercado como sustrato económico
social imprescindible de la misma. Rosa Luxemburgo, del mismo modo que
Gramsci, entre otros, han sido tomados a menudo como ejemplos de reivindicación
de las instituciones parlamentarias dentro de la tradición comunista,
lo que es insostenible en ambos casos.
El objetivo de este trabajo es indagar en la concepción
acerca de la democracia y sus relaciones con el socialismo que se halla
contenida en los escritos de Rosa Luxemburgo, sobre todo los referidos
a la revolución rusa, a lo que sumaremos una referencia bastante
más breve al pensamiento gramsciano sobre el tema, para esbozar
luego algunas conclusiones aplicables al presente.
Las posiciones de R.L en torno al proceso soviético
no deberían ser presentadas de forma simplificada, como un completo
apartamiento y una impugnación en bloque de toda la experiencia
bolchevique, y del pensamiento de Lenin en su conjunto. Sin embargo, algunos
autores asi lo han sostenido, procurando reivindicar a R.L como pensadora
del “socialismo democrático” a partir de una versión
a su vez caricaturizada del pensamiento y la acción de Lenin: “...en
sus amonestaciones a los militantes alemanes, hay nada menos que un repudio
a la concepción leninista de la revolución, según
la cual el poder se debe tomar y conservar por todos los medios cuando
las circunstancias de la historia lo ofrezcan a una vanguardia, así
sea muy pequeña pero bien organizada y convencida de que encarna
los intereses de las masas...” [1]
Rosa hace las observaciones al régimen
emanado de Octubre, en su momento inicial, en abierta crítica al
modo de entender la democracia proletaria por parte de Lenin y Trotsky.
Pero eso no la lleva a renegar del proceso revolucionario,
ni a abandonar la idea de la necesidad de una transitoria “dictadura”
del proletariado hasta ayer oprimido. La “defensa de la revolución”
frente a intervenciones extranjeras, alzamientos armados en el interior
y todo tipo de atentados y sabotajes, no es una preocupación menor
para la dirigente de Spartacus.
Democracia burguesa, democracia proletaria y crítica de la revolución
rusa.
Ella defenderá siempre al objetivo final
de la “sociedad sin clases ni estado” como el factor distintivo
del socialismo frente a las posiciones democráticas e incluso radicales
surgidas en el seno de la burguesía,[2] y el inmodificable carácter
clasista del Estado en la sociedad capitalista, mas allá de la
adopción de políticas que favorecen intereses más
amplios que los de la clase dominante:
“El Estado existente es, ante todo, una organización
de la clase dominante. Asume funciones que favorecen específicamente
el desarrollo de la sociedad porque dichos intereses y el desarrollo de
la sociedad coinciden, de manera general, con los intereses de la clase
dominante y en la medida en que esto es así. La legislación
laboral se promulga tanto para servir a los intereses inmediatos de la
clase capitalista como para servir a los intereses de la sociedad en general.
Pero esta armonía impera sólo hasta cierto momento del desarrollo
capitalista...” [3]
La evolución en sentido democrático,
la legitimación por el voto popular de los gobiernos, no modifica
esta situación, lo mismo que las formas representativas parlamentarias,
que ahondan las contradicciones del capitalismo, sin dejar de “reflejar”
la división clasista de la sociedad.
La “burguesía y sus representantes
estatales” sólo dejan sobrevivir las formas democráticas
hasta el punto en que se tiende a radicalizar eficazmente su contenido
democrático, a erigir a las instituciones políticas en una
fortaleza de lucha contra la sociedad dividida en clases. Si ese caso
se produce, tanto los capitalistas como la dirigencia política
no sacrificarán la propiedad privada y sus corolarios, sino las
formas democráticas “...apenas la democracia tiende a negar
su carácter de clase y transformarse en instrumento de los verdaderos
intereses de la población, la burguesía y sus representantes
estatales sacrifican las formas democráticas.”[4] Estas afirmación
de Rosa se ha visto largamente corroborada a lo largo del siglo XX. Cuando
perspectivas anticapitalistas logran superar los “filtros” y
“mallas de protección” que coloca el sistema, y arriban
en todo o en parte al poder estatal, las clases dominantes no trepidan
en desechar las reglas democráticas y desencadenar el derrocamiento
violento de quiénes desafían su predominio. Desde la República
española al Chile de la Unidad Popular, han sido claros testimonios
en ese sentido.
La crítica democrática a la revolución
rusa marca la diferenciación de R.L con la tradición leninista
en formación. Es insoslayable tener en cuenta que se inserta en
un abordaje respetuoso del proceso revolucionario ruso, que lo examina
a la luz de una posición de defensa de la puridad de los ideales
socialistas, pero defendiendo el proceso revolucionario ruso como una
perspectiva globalmente positiva para el movimiento obrero y socialista
a escala mundial.
Para R.L queda claro que la democracia no es un
valor instrumenta desde el punto de vista del socialismol, sólo
estimado como una forma de crear mejores condiciones para el advenimiento
de un proceso revolucionario de orientación socialista. En esa
concepción, las libertades públicas y los derechos individuales
serían armas para defender a la acción política proletaria
de la persecución de la burguesía y desplegar con más
amplitud su propaganda y su capacidad de movilización. Ese valor
“táctico” desaparecería, por definición,
si fuera el mismo proletariado el que está en el poder, y las libertades
“burguesas” tendrían poco que hacer frente al imperio
de nuevas libertades, de raíz “proletaria”, definidas
sobre todo en el terreno económico y social, y más imprecisas
en el campo político. Para R.L, por el contrario, la democracia
es un valor sustancial, permanente. Ello no debe entenderse en el sentido
general y abstracto propio de la tradición liberal, en el que la
universalización de la ciudadanía y el voto basta para constituir
una entidad política en “democrática”. Como hemos
visto, R.L tiene claro el carácter de clase del Estado, y la función
que en relación con ese carácter cumple la democracia parlamentaria.
La crítica de Rosa está configurada
como advertencia a los riesgos derivados de una revolución proletaria
que, en defensa del proceso revolucionario, suprime derechos y libertades
incluso para los miembros de la clase que esa revolución encarna.
Dice en relación con la disolución de la Asamblea Constituyente::
“...el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación
de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va
a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir
el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales.
Esa fuente es la vida política, sin trabas, enérgica, de
las más amplias masas populares.”[5]
A lo que apunta Rosa es a un verdadero gobierno
de las mayorías, imposible de desplegar en coexistencia con una
estructura social capitalista, pero que a su vez necesitará de
una prolongada y laboriosa construcción en un marco de poder proletario.
La “actividad política de las masas trabajadoras” es
el presupuesto necesario para que asuman efectivamente la iniciativa política
y con ella la construcción de una democracia sustantiva.[6]
La carencia de ámbitos de libre debate,
de espacio y facilidades para el surgimiento y consolidación de
organizaciones autónomas de las clases subalternas, equivale a
negar en la práctica ese “entrenamiento y educación
política de toda la masa del pueblo” como elemento vital para
ejercer la “dictadura proletaria”. Dictadura proletaria, para
R.L es un concepto a aplicar exclusivamente sobre la burguesía
supérstite, nunca dictadura del estado-partido sobre el conjunto
de la sociedad, incluyendo en primer lugar al propio proletariado.
La denuncia de los límites de la igualdad
y la libertad formales, de la amplia compatibilidad de la vigencia de
las libertades públicas con el reinado de la opresión clasista,
no puede equivaler para la socialista polaca a despreciar a aquéllas,
por el contrario, exige que el socialismo se proyecte siempre en dirección
a su ampliación, tanto en su alcance normativo como en su vigencia
social efectiva.
Rosa sitúa así a la amplitud del
espacio para la iniciativa popular como piedra de toque para considerar
el sentido último de un proceso político. Sino estaríamos
ante algo similar a lo que Gramsci denomina “revolución pasiva”,
que puede realizar un programa en apariencia muy similar que un proceso
revolucionario auténtico, impulsado desde abajo, pero cuyos resultados
en términos de iniciativa y autonomía populares son diversos
y hasta opuestos. La patética paradoja de la supresión de
la organización autónoma de sindicatos obreros, o la prohibición
de las huelgas; todo en nombre del “poder proletario” es sólo
la más escandalosa de las chirriantes paradojas al que la remisión
de las masas a un rol político pasivo puede conducir en un proceso
cuyo objetivo proclamado es la emancipación de las masas y el socialismo.
Más en general, R.L está criticando
la entronización de una razón instrumental que termina obturando
el camino hacia el objetivo en nombre del cual se utilizan medios “realistas”
en la mirada de coyuntura, pero descabellados en una perspectiva estratégica.
La supresión del debate y la pluralidad no puede llevar a la construcción
de un orden libre, el disciplinamiento forzado, y el silenciamiento de
las disidencias no pueden ser nunca una escuela política que forme
en la libre iniciativa, en la autonomía en la toma de decisiones.
Por eso critica también la posición
leninista de la “inversión”: El estado de los trabajadores
es el Estado capitalista “puesto cabeza abajo” según
Vladimir Ilich.[7] Para Rosa, esto es inadmisible, ya que la construcción
de un nuevo poder no se caracteriza por el propósito de oprimir
a los restos de la minoría explotadora, sino por la finalidad de
autoliberación de la mayoría hasta ayer explotada.
La educación política ocupa un lugar
inmenso en la concepción revolucionaria de R.L. a favor de no creer
en una conciencia “preconstituida” que arriba a los trabajadores
desde intelectuales que han hecho una acabada elaboración previa:
“Bajo la teoría de la dictadura (...)
subyace el presupuesto tácito de que (para) la transformación
socialista hay una fórmula prefabricada, guardada ya completa en
el bolsillo del partido revolucionario, que sólo requiere ser enérgicamente
aplicada en la práctica.”[8]
Ocurre que R.L cree que largas décadas
de vida de los trabajadores en condiciones de explotación y alienación,
requieren para ser superadas en la construcción de un orden nuevo,
de una “completa transformación espiritual”.[9]
Por tanto, la posibilidad de disidencia, de debate,
de expresión de opiniones divergentes, es la que garantiza que
se trate de verdadera educación y no de simple “adoctrinamiento”:
La “libertad para el que piensa diferente”
aparece así como sustento de la libertad. Toda restricción
no puede ser sino por tiempo muy limitado y reducida a lo imprescindible,
pero eso deja abierto el problema de la defensa de la revolución
frente a sus enemigos de clase, que tienden a actuar de modo implacable,
no sujeto a ningún límite ético, como se ha mostrado
una y otra vez en la historia. Rosa no da a la libertad sólo un
valor de principio, mucho menos abstracto, sino el concreto y práctico
de condición previa, de generación de un ámbito propicio
para el crecimiento político y cultural de las masas:
“La libertad sólo para los que apoyan
al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso
que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente
libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún
concepto fanático de la “justicia”, sino porque todo
lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política
depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece
tan pronto como la “libertad” se convierte en un privilegio
especial.”[10]
Un problema que R.L detecta en el proceso revolucionario
ruso, es la tendencia a pintar como virtudes, lo que en realidad son medidas
de emergencia tomadas en circunstancias harto difíciles, cuando
no desesperadas, de invasiones externas, guerra civil y hambre masivo.
Y hacer de ellas, en consecuencia, un modelo de acción revolucionaria
para todo tiempo y lugar. Agrega que todo lo que sucede en Rusia es comprensible,
dadas las terribles circunstancias reinantes allí, el problema
es presentarlo como un ideal, como un “modelo a seguir”.[11]
Las 21 condiciones, “demasiado rusas”
al decir del propio Lenin, exportarían poco después el modelo
de partido construido en la clandestinidad, en una sociedad carente en
gran medida de “sociedad civil” y sin organización parlamentaria
ni vigencia del sufragio; en la organización partidaria aplicable
en todas las latitudes, incluyendo sociedades con amplio desarrollo de
parlamento, sindicatos, partidos y organizaciones culturales como Alemania
o Francia.
El estancamiento de la formación política
de masas, lleva necesariamente a la consolidación de un estrato
minoritario, que asume con carácter permanente la conducción
del nuevo aparato estatal, y tiende a formar una elite que se desapega
progresivamente de la clase que, en la teoría, titulariza el poder:
“El control público es absolutamente necesario. De otra manera
el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los
burócratas del nuevo régimen.”[12]
R.L. piensa que nadie más que Lenin es
consciente de la necesidad de una transformación espiritual de
las masas, de una formación política en gran escala, pero
intenta realizarla por medios equivocados, por la imposición forzada
de una disciplina implacable. El mal parte de la propia vida de fábrica,
dónde R.L. señala la existencia de un poder dictatorial
de la supervisión, proyección de la descaminada concepción
que parece presidir la construcción del nuevo estado proletario:
“Los decretos, la fuerza dictatorial del
supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por
el terror, todas estas cosas son sólo paliativos. El único
camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública,
por la democracia y opinión pública más ilimitadas
y amplias. Es el terror lo que desmoraliza.”[13]
¿Cómo debe desenvolverse la vida
pública en el socialismo? Rosa es tajante: Elecciones generales,
irrestricta libertad de prensa y reunión, libre debate de opiniones...
Lo contrario es la muerte de la vida política y la entrega del
poder, por omisión, a una burocracia formada por unos pocos dirigentes,
con una parte de la clase obrera sometida al rol de “órgano
de aclamación”, habilitados únicamente para aprobar
por unanimidad las decisiones de los jefes.[14]
El poder predictivo de estas descripciones, que
se harían plenamente realidad bajo el predominio omnímodo
de Stalin, resulta estremecedor. Lo único que no aparece previsto
es la concentración del poder en una sola persona, habilitada en
la práctica para manejar, destruir y recomponer a la sociedad toda,
e incluso a la burocracia dirigente. Todo el resto es una acertada anticipación
de los regímenes basados en el “partido único”
marxista leninista, y del soviético en particular.
Bien entendido, todo lo anterior no debe interpretarse
como un rechazo conceptual a la idea de dictadura proletaria. Por el contrario,
para R.L el proletariado necesita “ejercer una dictadura”, pero
mediante mecanismos que extiendan el poder coercitivo al conjunto de la
clase “no a un partido o camarilla”. “...esta dictadura
debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría
dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar
paso a paso partiendo de la participación activa de las masas;
debe estar bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad
pública; debe surgir de la educación política creciente
de la masa popular.”[15]
Dictadura de la clase oprimida sobre las antiguas
clases opresoras, pero que para ella no misma no puede significar otra
cosa que una “democracia sin límites”.[16]
R.L no reivindica en absoluto la democracia burguesa,
a la que ve como una forma encubridora del contenido de desigualdad social
de las sociedades capitalistas. Pero su punto de vista es que la libertad
e igualdad formales no deben ser repudiadas, sino tomadas como base para
marchar hacia una conquista del poder político en que se instaura
una democracia cualitativamente superior, sin eliminar sino en cierta
forma completando la concepción democrática de la era burguesa.[17]
Y esa democracia socialista no es algo que comienza
después de construidas las bases de la economía socialista,
sino que debe desarrollarse simultáneamente a la construcción
del socialismo:
“...la democracia socialista no es algo que
recién comienza en la tierra prometida después de creados
los fundamentos de la economía socialista, no llega como una suerte
de regalo de Navidad para los ricos...La democracia socialista comienza
simultáneamente con la destrucción del dominio de clase
y la construcción del socialismo. Comienza en el momento mismo
de la toma del poder por el partido socialista. Es lo mismo que la dictadura
del proletariado.”[18]
En la dicotomía “socialismo o barbarie” se plantea no
sólo el rechazo al mundo de mercantilización desenfrenada,
egoísmo universal y destrucción del ser humano en aras de
la rentabilidad para el capital, sino también a la “brutalización
de la vida política” susceptible de ocurrir en una dictadura
ejercida, también “sobre el proletariado”, y la consecuente
concentración del poder en una camarilla estrecha que expropia
a las masas de toda facultad de decisión en nombre de la mejora
de su nivel de vida. En fin, de lo que está en contra Rosa, es
también de la posibilidad de que la barbarie sea entronizada en
nombre del socialismo.
El planteo crítico de Rosa no es “equidistante”.
Ella está alineada con los socialistas que apostaron a una revolución
socialista en Rusia, y contra aquéllos que enviaron al proletariado
a la masacre, en defensa de las burguesías de sus países.
Lo que señala son tendencias negativas que podrían constituir
la base para frustrar todo el proceso, o conducirlo a un lugar bien distinto
de la ruta de liberación social que se ha trazado. Y la indispensable
construcción simultánea y en conjunto del reino de la libertad
y la igualdad universales y la dirección socialista del proceso
económico en base a una propiedad efectivamente colectiva de los
medios de producción. Un aspecto no existe sin el otro.
Muy breve excursión gramsciana
Gramsci tiene afinidad con el pensamiento de Rosa, pese a que varias de
las referencias explícitas a ella en los Cuadernos tienden a polemizar
con la visión de R.L en torno a la relación entre crisis
económica y transformación política, que Gramsci
visualiza como mucho más mediada. Esto se manifiesta con claridad
en la consideración del centralismo democrático y del rol
de partido proletario y sus métodos de conducción, que se
acerca a los planteos de Rosa, no en el sentido de la crítica desde
el inicio a la concepción bolchevique del poder político
y el desarrollo socialista, sino en su planteo de no aplicación
de esa concepción a “Occidente”, ámbito en el
que ya no sería posible el “asalto al poder”, sino la
estrategia prolongada y difícil de la “guerra de posiciones”.
En su peculiar lenguaje, al referirse a la dictadura
del proletariado, admite la necesidad de unl período de “estadolatría”,
es decir de iniciativa predominante por parte de los nuevos ocupantes
del aparato estatal:
“Para algunos grupos sociales, que antes
de acceder a la vida estatal autónoma no han tenido un largo período
de desarrollo cultural y moral propio e independiente, [...] un período
de estadolatría es necesario e incluso oportuno...”[19]
Pero ese rol estatal adquiere sentido en cuanto
vía para el fortalecimiento de la “sociedad civil” y
la consiguiente elevación política de las masas:
“esta estadolatría no es más
que la forma normal de “vida estatal”, de iniciación,
al menos, en la vida estatal autónoma y en la creación de
una “sociedad civil” que no fue históricamente posible
crear antes del acceso a la vida estatal independiente. “[20]
Por tanto, su condición ineludible es la
provisoriedad, la limitación en el tiempo, hasta que el impulso
al autogobierno cobre el predominio en el interior de la nueva vida estatal:
“...no debe ser abandonada a sí misma,
no debe, especialmente, convertirse en fanatismo teórico y ser
concebida como “perpetua”; debe ser criticada precisamente para
que se desarrolle y produzca nuevas formas de vida estatal, en las que
la iniciativa de los individuos y grupos sea “estatal” aunque
no se deba al “gobierno de funcionarios” (hacer que la vida
estatal se vuelva “espontánea”)[21]
La preocupación por el afianzamiento de
un pequeño núcleo que sofoca desde arriba el debate, está
presente con frecuencia en los Cuadernos.. Su mirada puede ser incluso
más precisa que la de R.L, en tanto que G. está asistiendo
al comienzo de la instauración del stalinismo. Lo describe como
un proceso de distorsión del “centralismo democrático”,
que va perdiendo su “continua adecuación al movimiento histórico
real”, para ser reemplazado por lo que denomina el “centralismo
burocrático”, sistema en el que una pequeña minoría
comienza a convertirse no en estímulo y orientación, sino
en freno para las iniciativas y el crecimiento político que parten
de “abajo”:
“...en los Estados el centralismo burocrático
indica que se ha formado un grupo estrechamente privilegiado que tiende
a perpetuar sus privilegios regulando e incluso sofocando el nacimiento
de fuerzas contrariantes en la base...”lo que indicaría que
“...el grupo dirigente está saturado y convirtiéndose
en una camarilla estrecha que tiende a perpetuar sus mezquinos privilegios
regulando o incluso sofocando el nacimiento de fuerzas contrarias, aunque
estas fuerzas sean homogéneas a los intereses dominantes fundamentales.
”[22]
Gramsci no atribuye este proceso, lo mismo que
Rosa, a un impulso perverso de la minoría predominante, sino a
la falta de capacidad de iniciativa y dirección de las bases:
"En todo caso hay que señalar que
las manifestaciones morbosas del centralismo burocrático se han
producido por deficiencias de iniciativas y responsabilidad en la base,
o sea por el primitivismo político der las fuerzas periféricas..."[23]
También Gramsci muestra un poder predictivo notable en cuanto a
la evolución posterior del “socialismo real”, al mismo
tiempo que delinea una relación ideal entre masas populares, partido
y estado proletario, en que es el impulso de “abajo” el que
da el tono y carácter a la revolución. También para
G. la democracia es un valor intrínseco para la transformación
socialista y la elevación a la “vida estatal” de las
clases subalternas. La “revolución pasiva” no parece
ser sólo una asunción por la clase dominante de los objetivos
de las subalternas, sino el desprendimiento de un núcleo que usurpa
mediante la práctica y la doctrina “estadolátrica”
la revolución iniciada “desde abajo”.
Explorando América Latina (A modo de breve
conclusión)
La discusión sobre democracia y socialismo
necesita ser sacada del punto muerto en que por un período la colocó
la disolución de la URSS y la evolución en sentido de restauración
del capitalismo de lo que fue el antiguo “bloque socialista”.
La concepción hegemónica sobre el tema desde entonces podría
resumirse en dos creencias: 1) Todo experimento para acabar con el capitalismo
y construir una sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios
de producción y el autogobierno de las masas, ha conducido más
temprano que tarde a una dictadura de ribetes totalitarios. 2) Las únicas
democracias “realmente existentes” son las construidas sobre
la base de las instituciones parlamentarias; por tanto, 3) No hay compatibilidad
posible entre democracia política y organización socialista
del proceso económico.
Sin embargo, la democracia de consejos y asambleas
como alternativa a la democracia parlamentaria, cada vez más mediatizadora
y delegativa, ha reaparecido, apuntando con claridad a la conjugación
de la vigencia amplia de las libertades civiles, y la pluralidad en el
pensamiento, la autonomía en la organización popular y las
múltiples modalidades de acción política.
El pensamiento de R.L., formulado al filo del
final de la I° Guerra Mundial, constituye una guía para re-pensar,
más de ochenta años después, las relaciones entre
democracia y socialismo. Ello a partir de su insobornable puesta en primer
lugar de la iniciativa política y la capacidad efectiva de decisión
que la transición socialista debe conferir a las grandes masas
populares, y de la visión de democracia y socialismo como dos caras
inescindibles del mismo proceso, no como dos fases sucesivas. Ello apareja
la necesidad de garantías contra la entronización de burocracias
expropiadoras de la iniciativa popular, o de jefes providenciales que
se identificación con la revolución social y con el curso
de la historia, sino existe debate democrático. Las salvaguardas
contra la usurpación no se establecen mediante cláusulas
formales, sino con el funcionamiento de los mecanismos democráticos
entendidos como constitutivos e irrenunciables del nuevo sistema, no subsumidos
en el voto periódico, ni en la delegación sin mandato explícito
ni revocabilidad posible.
Menos aún consiente en la “despolitización”
de la noción de democracia en aras de acentuar sus contenidos sociales,
de acuerdo a la cual lo decisivo no es tanto quién toma las decisiones
sino que sujeto social resulta beneficiario de las mejoras que el proceso
de transformación social proporciona. Para ella, el socialismo
equivale a una verdadera “explosión democrática”,
incompatible con la delegación de poder a una minoría burocratizada.
La transición al socialismo requiere una “dictadura”,
pero ésta no tiene otro sujeto que la clase en su conjunto, no
la “vanguardia” de la clase ni el partido revolucionario. Como
escribe un autor de los años 30’ glosando el pensamiento de
R.L, “...la democracia resulta ser la base indispensable de la organización
socialista.”[24]
Tan pronto como a mediados de los 90’ comenzó a percibirse
una “puesta al día”, no ya en la discusión teórica,
sino en la práctica política, de la relación entre
democracia y perspectiva emancipatoria de las clases subalternas, desatada
precisamente en América Latina. Fue el alzamiento de los “zapatistas”
en Chiapas, y sus posteriores realizaciones en el campo de la deliberación
permanente y el “horizontalismo” de la organización comunitaria,
los que marcaron el primer hito significativo, y rompieron el clima del
imperio de los “fines”, dominado por la omnipresente prédica
acerca de que todo cuestionamiento radical al orden social capitalista
y a la representación política parlamentaria constituía
un irremisible anacronismo.
La degradación de las instituciones democráticas
en los diferentes países latinoamericanos iba camino a convertirlas
en meras coberturas de un proceso de concentración de la riqueza,
disciplinamiento forzado y pérdida de derechos de los trabajadores,
unida a la perenne caída del nivel de vida, los servicios sociales
y el nivel de ocupación. Lo que décadas antes había
parecido la definitiva entronización del “estado de bienestar”,
las “políticas sociales universales” y el “tripartismo”
en la decisión de las relaciones entre capital y trabajo, concluyó
revelándose como un estadio temporario y reversible, inducido más
por el miedo a la revolución social y la competencia entre sistemas
propias de la “guerra fría”, que por un arraigo profundo
de los derechos económicos, sociales y culturales. El supuestamente
superado “capitalismo de libre mercado” volvía por sus
fueros, y el sistema de la propiedad privada tornaba a parecerse nuevamente
a la descripción que de ellos habían hecho los clásicos
del pensamiento socialista, incluida R.L. Al mismo tiempo, un poder capitalista
mundial que encontró en un difuso “terrorismo internacional”
un enemigo maleable a sus propósitos, procedió a acentuar
las restricciones de las libertades civiles, del tránsito de las
personas, y a entronizar la vigilancia global, en una práctica
que retoma, empeoradas, ciertos rasgos del período de auge de la
“guerra fría”.
La reacción frente al aumento ininterrumpido
de la desigualdad y la injusticia, dio lugar a la aparición de
nuevas organizaciones populares, preocupadas a su vez por lograr un funcionamiento
sustancialmente democrático, reacio a cualquier “delegación”.
Ellas eran reacias a confiar en cualquier dirección externa al
propio movimiento. El deseo de no repetir la experiencia del “socialismo
real”, con su dramática realización de las peores previsiones
de Rosa Luxemburgo o Gramsci, forman parte de la “partida de nacimiento”,
de esas nuevas organizaciones. El cauce tomado por el descontento crecientemente
movilizado terminó, en países como Ecuador, Bolivia, Perú
y Paraguay, en rebeliones populares que dieron por tierra con gobiernos
sólo atentos a los dictados del gran capital, y protagonizaron
(y protagonizan) fuertes demandas de una radical renovación de
la vida democrática, pero sin por ello impedir que se “suturara”
las crisis por los mecanismos institucionales tradicionales. En un proceso
histórico de distinta trayectoria y características, la
derrota por vía de la movilización popular de masas de un
intento de golpe militar en Venezuela, dio lugar a una progresiva radicalización
en que tanto el gobierno democrático tomó nota de la inmensa
deuda contraída con las aspiraciones mayoritarias, como las organizaciones
populares incrementaron su reclamo de autonomía y construcción
de un poder social y político diferente.
Paralelamente, las democracias latinoamericanas
“realmente existentes” les franquean las vías de acceso
al gobierno a aquellos partidos y coaliciones que, aunque de origen socialista,
han dejado de constituir una amenaza, como en el caso del PT brasileño
y el Frente Amplio uruguayo. Se vuelve a plantear así la impotencia
práctica para producir transformaciones decisivas desde la institucionalidad
existente, a la vez que la subsistente capacidad de las clases dominantes
para hacer funcionales a sus fines fuerzas políticas que antes
se le oponían.
El escenario queda abierto a experiencias novedosas
de distinto signo, y el debate y la disputa práctica sobre la articulación
de “forma” y “contenido”, institucionalidad formal
y efectivo poder de decisión, continúa en curso como una
de las incógnitas fundamentales a develar, en América Latina
y en el mundo.
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[1] F. Furet, El pasado de una ilusión.
Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, México, FCE, 1995,
p. 103.
[2] “...el objetivo final del socialismo
es el único factor decisivo que distingue al movimiento socialdemócrata
de la democracia y el radicalismo burgueses, el único factor que
transforma la movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo
por reformar el orden capitalista en lucha de clases contra ese orden
para suprimir ese orden...” Rosa Luxemburgo, Obras Escogidas, Buenos
Aires, Pluma, 1976. Tomo I, p. 49.
[3] Ïdem, p. 69
[4] Idem, p. 72.
[5] Rosa Luxemburgo, Obras...II, p. 192.
[6] “...la destrucción de las garantías
democráticas más importantes para una vida pública
sana y para la actividad política de las masas trabajadoras: libertad
de prensa, derechos de asociación y reunión, que les son
negados a los adversarios del régimen soviético. En lo que
hace a estos ataques (a los derechos democráticos) los argumentos
de Trotsky ... distan mucho de ser satisfactorios. Por otra parte, es
un hecho conocido e indiscutible que es imposible pensar en un gobierno
de las amplias masas sin una prensa libre y sin trabas, sin el derecho
ilimitado de asociación y reunión.” (p. 195)
[7] “Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de
opresión de la clase trabajadora, el Estado socialista de opresión
a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado
capitalista puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista deja
de lado el punto esencial: el gobierno de la clase burguesa no necesita
del entrenamiento y la educación política de toda la masa
del pueblo, por lo menos no más allá de determinados límites
estrechos. Pero para la dictadura proletaria ése es el elemento
vital, el aire sin el cual no puede existir.” Idem,...p.. 195
[8] Idem. II, p. 196.
[9] “La vida socialista exige una completa
transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de
dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas,
la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera
todo sufrimiento, etcétera.” Idem, p. 197.
[10] Ibidem.
[11] ”El peligro comienza cuando hacen de
la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico
acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar
en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado
internacional como un modelo de táctica socialista.” ... “...una
revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado
por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por
el proletariado mundial, sería un milagro.” Idem, p. 202.
[12] La verdadera emancipación obrera exige un poder político
y un partido lanzados a una vida política plena, dirigida todo
el tiempo a la elevación política de las masas.[12]
[13] Idem...II, 198.
[14] “Sin elecciones generales, sin una irrestricta
libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones,
la vida muere en toda institución pública, se torna una
mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como
elemento activo Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen
y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía
inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad dirigen sólo
una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite
de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los
dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas...una dictadura,
por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos,
es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del
gobierno de los jacobinos... esas condiciones deben causar inevitablmente
una brutalización de la vida pública: intentos de asesinato,
caza de rehenes, etcétera.” Idem, (p. 198.
[15] Idem..., p. 201.
[16] “Dictadura de la clase significa, en
el sentido más amplio del término, la participación
más activa e ilimitada posible de la masa popular, la democracia
sin límites.” Idem, p. 200.
[17] “...siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma
política de la democracia burguesa; siempre hemos denunciado el
duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde
bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Y no lo
hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera
a no contentarse con la cobertura sino a conquistar el poder político,
para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa,
no para eliminar la democracia.” Idem, p. 201.
[18] Ibidem.
[19] A. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel,
México, Era- Universidad Autónoma de Puebla , tomo III,
p. 282
[20] Ibidem
[21] Ibidem.
[22] Cuadernos V, p. 78.
[24] Lucien Laurat “Un máximo de democracia” en Prefacio
a la primera edición de Marxisme contre Dictadure, 1934, transcripto
en D. Guerin, Rosa Luxemburg o la espontaneidad revolucionaria, Buenos
Aires, 2003, p. 124.