Daniel Campione
        
        
        Rebelión 
La relación entre democracia y socialismo 
        ha sido objeto de discusión en los últimos años, 
        en gran medida desde el enfoque de que la propia idea de revolución 
        social y toma del poder por los trabajadores ya es perversa e intrínsecamente 
        antidemocrática. El socialismo sería así inapto para 
        dar lugar a cualquier avance de la democracia. Por el contrario, conduciría 
        necesariamente a su abrogación. Sólo el funcionamiento de 
        las instituciones parlamentarias podría así ser el camino 
        para el surgimiento y consolidación de la vida democrática, 
        a lo que muchos suman la existencia del libre mercado como sustrato económico 
        social imprescindible de la misma. Rosa Luxemburgo, del mismo modo que 
        Gramsci, entre otros, han sido tomados a menudo como ejemplos de reivindicación 
        de las instituciones parlamentarias dentro de la tradición comunista, 
        lo que es insostenible en ambos casos.
El objetivo de este trabajo es indagar en la concepción 
        acerca de la democracia y sus relaciones con el socialismo que se halla 
        contenida en los escritos de Rosa Luxemburgo, sobre todo los referidos 
        a la revolución rusa, a lo que sumaremos una referencia bastante 
        más breve al pensamiento gramsciano sobre el tema, para esbozar 
        luego algunas conclusiones aplicables al presente.
Las posiciones de R.L en torno al proceso soviético 
        no deberían ser presentadas de forma simplificada, como un completo 
        apartamiento y una impugnación en bloque de toda la experiencia 
        bolchevique, y del pensamiento de Lenin en su conjunto. Sin embargo, algunos 
        autores asi lo han sostenido, procurando reivindicar a R.L como pensadora 
        del “socialismo democrático” a partir de una versión 
        a su vez caricaturizada del pensamiento y la acción de Lenin: “...en 
        sus amonestaciones a los militantes alemanes, hay nada menos que un repudio 
        a la concepción leninista de la revolución, según 
        la cual el poder se debe tomar y conservar por todos los medios cuando 
        las circunstancias de la historia lo ofrezcan a una vanguardia, así 
        sea muy pequeña pero bien organizada y convencida de que encarna 
        los intereses de las masas...” [1]
Rosa hace las observaciones al régimen 
        emanado de Octubre, en su momento inicial, en abierta crítica al 
        modo de entender la democracia proletaria por parte de Lenin y Trotsky.
Pero eso no la lleva a renegar del proceso revolucionario, 
        ni a abandonar la idea de la necesidad de una transitoria “dictadura” 
        del proletariado hasta ayer oprimido. La “defensa de la revolución” 
        frente a intervenciones extranjeras, alzamientos armados en el interior 
        y todo tipo de atentados y sabotajes, no es una preocupación menor 
        para la dirigente de Spartacus.
        Democracia burguesa, democracia proletaria y crítica de la revolución 
        rusa.
Ella defenderá siempre al objetivo final 
        de la “sociedad sin clases ni estado” como el factor distintivo 
        del socialismo frente a las posiciones democráticas e incluso radicales 
        surgidas en el seno de la burguesía,[2] y el inmodificable carácter 
        clasista del Estado en la sociedad capitalista, mas allá de la 
        adopción de políticas que favorecen intereses más 
        amplios que los de la clase dominante:
“El Estado existente es, ante todo, una organización 
        de la clase dominante. Asume funciones que favorecen específicamente 
        el desarrollo de la sociedad porque dichos intereses y el desarrollo de 
        la sociedad coinciden, de manera general, con los intereses de la clase 
        dominante y en la medida en que esto es así. La legislación 
        laboral se promulga tanto para servir a los intereses inmediatos de la 
        clase capitalista como para servir a los intereses de la sociedad en general. 
        Pero esta armonía impera sólo hasta cierto momento del desarrollo 
        capitalista...” [3]
La evolución en sentido democrático, 
        la legitimación por el voto popular de los gobiernos, no modifica 
        esta situación, lo mismo que las formas representativas parlamentarias, 
        que ahondan las contradicciones del capitalismo, sin dejar de “reflejar” 
        la división clasista de la sociedad.
La “burguesía y sus representantes 
        estatales” sólo dejan sobrevivir las formas democráticas 
        hasta el punto en que se tiende a radicalizar eficazmente su contenido 
        democrático, a erigir a las instituciones políticas en una 
        fortaleza de lucha contra la sociedad dividida en clases. Si ese caso 
        se produce, tanto los capitalistas como la dirigencia política 
        no sacrificarán la propiedad privada y sus corolarios, sino las 
        formas democráticas “...apenas la democracia tiende a negar 
        su carácter de clase y transformarse en instrumento de los verdaderos 
        intereses de la población, la burguesía y sus representantes 
        estatales sacrifican las formas democráticas.”[4] Estas afirmación 
        de Rosa se ha visto largamente corroborada a lo largo del siglo XX. Cuando 
        perspectivas anticapitalistas logran superar los “filtros” y 
        “mallas de protección” que coloca el sistema, y arriban 
        en todo o en parte al poder estatal, las clases dominantes no trepidan 
        en desechar las reglas democráticas y desencadenar el derrocamiento 
        violento de quiénes desafían su predominio. Desde la República 
        española al Chile de la Unidad Popular, han sido claros testimonios 
        en ese sentido.
La crítica democrática a la revolución 
        rusa marca la diferenciación de R.L con la tradición leninista 
        en formación. Es insoslayable tener en cuenta que se inserta en 
        un abordaje respetuoso del proceso revolucionario ruso, que lo examina 
        a la luz de una posición de defensa de la puridad de los ideales 
        socialistas, pero defendiendo el proceso revolucionario ruso como una 
        perspectiva globalmente positiva para el movimiento obrero y socialista 
        a escala mundial.
Para R.L queda claro que la democracia no es un 
        valor instrumenta desde el punto de vista del socialismol, sólo 
        estimado como una forma de crear mejores condiciones para el advenimiento 
        de un proceso revolucionario de orientación socialista. En esa 
        concepción, las libertades públicas y los derechos individuales 
        serían armas para defender a la acción política proletaria 
        de la persecución de la burguesía y desplegar con más 
        amplitud su propaganda y su capacidad de movilización. Ese valor 
        “táctico” desaparecería, por definición, 
        si fuera el mismo proletariado el que está en el poder, y las libertades 
        “burguesas” tendrían poco que hacer frente al imperio 
        de nuevas libertades, de raíz “proletaria”, definidas 
        sobre todo en el terreno económico y social, y más imprecisas 
        en el campo político. Para R.L, por el contrario, la democracia 
        es un valor sustancial, permanente. Ello no debe entenderse en el sentido 
        general y abstracto propio de la tradición liberal, en el que la 
        universalización de la ciudadanía y el voto basta para constituir 
        una entidad política en “democrática”. Como hemos 
        visto, R.L tiene claro el carácter de clase del Estado, y la función 
        que en relación con ese carácter cumple la democracia parlamentaria.
La crítica de Rosa está configurada 
        como advertencia a los riesgos derivados de una revolución proletaria 
        que, en defensa del proceso revolucionario, suprime derechos y libertades 
        incluso para los miembros de la clase que esa revolución encarna. 
        Dice en relación con la disolución de la Asamblea Constituyente:: 
        “...el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación 
        de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va 
        a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir 
        el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. 
        Esa fuente es la vida política, sin trabas, enérgica, de 
        las más amplias masas populares.”[5]
A lo que apunta Rosa es a un verdadero gobierno 
        de las mayorías, imposible de desplegar en coexistencia con una 
        estructura social capitalista, pero que a su vez necesitará de 
        una prolongada y laboriosa construcción en un marco de poder proletario. 
        La “actividad política de las masas trabajadoras” es 
        el presupuesto necesario para que asuman efectivamente la iniciativa política 
        y con ella la construcción de una democracia sustantiva.[6]
La carencia de ámbitos de libre debate, 
        de espacio y facilidades para el surgimiento y consolidación de 
        organizaciones autónomas de las clases subalternas, equivale a 
        negar en la práctica ese “entrenamiento y educación 
        política de toda la masa del pueblo” como elemento vital para 
        ejercer la “dictadura proletaria”. Dictadura proletaria, para 
        R.L es un concepto a aplicar exclusivamente sobre la burguesía 
        supérstite, nunca dictadura del estado-partido sobre el conjunto 
        de la sociedad, incluyendo en primer lugar al propio proletariado.
La denuncia de los límites de la igualdad 
        y la libertad formales, de la amplia compatibilidad de la vigencia de 
        las libertades públicas con el reinado de la opresión clasista, 
        no puede equivaler para la socialista polaca a despreciar a aquéllas, 
        por el contrario, exige que el socialismo se proyecte siempre en dirección 
        a su ampliación, tanto en su alcance normativo como en su vigencia 
        social efectiva.
Rosa sitúa así a la amplitud del 
        espacio para la iniciativa popular como piedra de toque para considerar 
        el sentido último de un proceso político. Sino estaríamos 
        ante algo similar a lo que Gramsci denomina “revolución pasiva”, 
        que puede realizar un programa en apariencia muy similar que un proceso 
        revolucionario auténtico, impulsado desde abajo, pero cuyos resultados 
        en términos de iniciativa y autonomía populares son diversos 
        y hasta opuestos. La patética paradoja de la supresión de 
        la organización autónoma de sindicatos obreros, o la prohibición 
        de las huelgas; todo en nombre del “poder proletario” es sólo 
        la más escandalosa de las chirriantes paradojas al que la remisión 
        de las masas a un rol político pasivo puede conducir en un proceso 
        cuyo objetivo proclamado es la emancipación de las masas y el socialismo.
Más en general, R.L está criticando 
        la entronización de una razón instrumental que termina obturando 
        el camino hacia el objetivo en nombre del cual se utilizan medios “realistas” 
        en la mirada de coyuntura, pero descabellados en una perspectiva estratégica. 
        La supresión del debate y la pluralidad no puede llevar a la construcción 
        de un orden libre, el disciplinamiento forzado, y el silenciamiento de 
        las disidencias no pueden ser nunca una escuela política que forme 
        en la libre iniciativa, en la autonomía en la toma de decisiones.
Por eso critica también la posición 
        leninista de la “inversión”: El estado de los trabajadores 
        es el Estado capitalista “puesto cabeza abajo” según 
        Vladimir Ilich.[7] Para Rosa, esto es inadmisible, ya que la construcción 
        de un nuevo poder no se caracteriza por el propósito de oprimir 
        a los restos de la minoría explotadora, sino por la finalidad de 
        autoliberación de la mayoría hasta ayer explotada.
La educación política ocupa un lugar 
        inmenso en la concepción revolucionaria de R.L. a favor de no creer 
        en una conciencia “preconstituida” que arriba a los trabajadores 
        desde intelectuales que han hecho una acabada elaboración previa:
“Bajo la teoría de la dictadura (...) 
        subyace el presupuesto tácito de que (para) la transformación 
        socialista hay una fórmula prefabricada, guardada ya completa en 
        el bolsillo del partido revolucionario, que sólo requiere ser enérgicamente 
        aplicada en la práctica.”[8]
Ocurre que R.L cree que largas décadas 
        de vida de los trabajadores en condiciones de explotación y alienación, 
        requieren para ser superadas en la construcción de un orden nuevo, 
        de una “completa transformación espiritual”.[9]
Por tanto, la posibilidad de disidencia, de debate, 
        de expresión de opiniones divergentes, es la que garantiza que 
        se trate de verdadera educación y no de simple “adoctrinamiento”:
La “libertad para el que piensa diferente” 
        aparece así como sustento de la libertad. Toda restricción 
        no puede ser sino por tiempo muy limitado y reducida a lo imprescindible, 
        pero eso deja abierto el problema de la defensa de la revolución 
        frente a sus enemigos de clase, que tienden a actuar de modo implacable, 
        no sujeto a ningún límite ético, como se ha mostrado 
        una y otra vez en la historia. Rosa no da a la libertad sólo un 
        valor de principio, mucho menos abstracto, sino el concreto y práctico 
        de condición previa, de generación de un ámbito propicio 
        para el crecimiento político y cultural de las masas:
“La libertad sólo para los que apoyan 
        al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso 
        que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente 
        libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún 
        concepto fanático de la “justicia”, sino porque todo 
        lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política 
        depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece 
        tan pronto como la “libertad” se convierte en un privilegio 
        especial.”[10]
Un problema que R.L detecta en el proceso revolucionario 
        ruso, es la tendencia a pintar como virtudes, lo que en realidad son medidas 
        de emergencia tomadas en circunstancias harto difíciles, cuando 
        no desesperadas, de invasiones externas, guerra civil y hambre masivo. 
        Y hacer de ellas, en consecuencia, un modelo de acción revolucionaria 
        para todo tiempo y lugar. Agrega que todo lo que sucede en Rusia es comprensible, 
        dadas las terribles circunstancias reinantes allí, el problema 
        es presentarlo como un ideal, como un “modelo a seguir”.[11]
Las 21 condiciones, “demasiado rusas” 
        al decir del propio Lenin, exportarían poco después el modelo 
        de partido construido en la clandestinidad, en una sociedad carente en 
        gran medida de “sociedad civil” y sin organización parlamentaria 
        ni vigencia del sufragio; en la organización partidaria aplicable 
        en todas las latitudes, incluyendo sociedades con amplio desarrollo de 
        parlamento, sindicatos, partidos y organizaciones culturales como Alemania 
        o Francia.
El estancamiento de la formación política 
        de masas, lleva necesariamente a la consolidación de un estrato 
        minoritario, que asume con carácter permanente la conducción 
        del nuevo aparato estatal, y tiende a formar una elite que se desapega 
        progresivamente de la clase que, en la teoría, titulariza el poder: 
        “El control público es absolutamente necesario. De otra manera 
        el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los 
        burócratas del nuevo régimen.”[12]
R.L. piensa que nadie más que Lenin es 
        consciente de la necesidad de una transformación espiritual de 
        las masas, de una formación política en gran escala, pero 
        intenta realizarla por medios equivocados, por la imposición forzada 
        de una disciplina implacable. El mal parte de la propia vida de fábrica, 
        dónde R.L. señala la existencia de un poder dictatorial 
        de la supervisión, proyección de la descaminada concepción 
        que parece presidir la construcción del nuevo estado proletario:
“Los decretos, la fuerza dictatorial del 
        supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por 
        el terror, todas estas cosas son sólo paliativos. El único 
        camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública, 
        por la democracia y opinión pública más ilimitadas 
        y amplias. Es el terror lo que desmoraliza.”[13]
¿Cómo debe desenvolverse la vida 
        pública en el socialismo? Rosa es tajante: Elecciones generales, 
        irrestricta libertad de prensa y reunión, libre debate de opiniones... 
        Lo contrario es la muerte de la vida política y la entrega del 
        poder, por omisión, a una burocracia formada por unos pocos dirigentes, 
        con una parte de la clase obrera sometida al rol de “órgano 
        de aclamación”, habilitados únicamente para aprobar 
        por unanimidad las decisiones de los jefes.[14]
El poder predictivo de estas descripciones, que 
        se harían plenamente realidad bajo el predominio omnímodo 
        de Stalin, resulta estremecedor. Lo único que no aparece previsto 
        es la concentración del poder en una sola persona, habilitada en 
        la práctica para manejar, destruir y recomponer a la sociedad toda, 
        e incluso a la burocracia dirigente. Todo el resto es una acertada anticipación 
        de los regímenes basados en el “partido único” 
        marxista leninista, y del soviético en particular.
Bien entendido, todo lo anterior no debe interpretarse 
        como un rechazo conceptual a la idea de dictadura proletaria. Por el contrario, 
        para R.L el proletariado necesita “ejercer una dictadura”, pero 
        mediante mecanismos que extiendan el poder coercitivo al conjunto de la 
        clase “no a un partido o camarilla”. “...esta dictadura 
        debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría 
        dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar 
        paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; 
        debe estar bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad 
        pública; debe surgir de la educación política creciente 
        de la masa popular.”[15]
Dictadura de la clase oprimida sobre las antiguas 
        clases opresoras, pero que para ella no misma no puede significar otra 
        cosa que una “democracia sin límites”.[16]
R.L no reivindica en absoluto la democracia burguesa, 
        a la que ve como una forma encubridora del contenido de desigualdad social 
        de las sociedades capitalistas. Pero su punto de vista es que la libertad 
        e igualdad formales no deben ser repudiadas, sino tomadas como base para 
        marchar hacia una conquista del poder político en que se instaura 
        una democracia cualitativamente superior, sin eliminar sino en cierta 
        forma completando la concepción democrática de la era burguesa.[17]
Y esa democracia socialista no es algo que comienza 
        después de construidas las bases de la economía socialista, 
        sino que debe desarrollarse simultáneamente a la construcción 
        del socialismo:
“...la democracia socialista no es algo que 
        recién comienza en la tierra prometida después de creados 
        los fundamentos de la economía socialista, no llega como una suerte 
        de regalo de Navidad para los ricos...La democracia socialista comienza 
        simultáneamente con la destrucción del dominio de clase 
        y la construcción del socialismo. Comienza en el momento mismo 
        de la toma del poder por el partido socialista. Es lo mismo que la dictadura 
        del proletariado.”[18]
        En la dicotomía “socialismo o barbarie” se plantea no 
        sólo el rechazo al mundo de mercantilización desenfrenada, 
        egoísmo universal y destrucción del ser humano en aras de 
        la rentabilidad para el capital, sino también a la “brutalización 
        de la vida política” susceptible de ocurrir en una dictadura 
        ejercida, también “sobre el proletariado”, y la consecuente 
        concentración del poder en una camarilla estrecha que expropia 
        a las masas de toda facultad de decisión en nombre de la mejora 
        de su nivel de vida. En fin, de lo que está en contra Rosa, es 
        también de la posibilidad de que la barbarie sea entronizada en 
        nombre del socialismo.
El planteo crítico de Rosa no es “equidistante”. 
        Ella está alineada con los socialistas que apostaron a una revolución 
        socialista en Rusia, y contra aquéllos que enviaron al proletariado 
        a la masacre, en defensa de las burguesías de sus países. 
        Lo que señala son tendencias negativas que podrían constituir 
        la base para frustrar todo el proceso, o conducirlo a un lugar bien distinto 
        de la ruta de liberación social que se ha trazado. Y la indispensable 
        construcción simultánea y en conjunto del reino de la libertad 
        y la igualdad universales y la dirección socialista del proceso 
        económico en base a una propiedad efectivamente colectiva de los 
        medios de producción. Un aspecto no existe sin el otro.
        Muy breve excursión gramsciana
        Gramsci tiene afinidad con el pensamiento de Rosa, pese a que varias de 
        las referencias explícitas a ella en los Cuadernos tienden a polemizar 
        con la visión de R.L en torno a la relación entre crisis 
        económica y transformación política, que Gramsci 
        visualiza como mucho más mediada. Esto se manifiesta con claridad 
        en la consideración del centralismo democrático y del rol 
        de partido proletario y sus métodos de conducción, que se 
        acerca a los planteos de Rosa, no en el sentido de la crítica desde 
        el inicio a la concepción bolchevique del poder político 
        y el desarrollo socialista, sino en su planteo de no aplicación 
        de esa concepción a “Occidente”, ámbito en el 
        que ya no sería posible el “asalto al poder”, sino la 
        estrategia prolongada y difícil de la “guerra de posiciones”.
En su peculiar lenguaje, al referirse a la dictadura 
        del proletariado, admite la necesidad de unl período de “estadolatría”, 
        es decir de iniciativa predominante por parte de los nuevos ocupantes 
        del aparato estatal:
“Para algunos grupos sociales, que antes 
        de acceder a la vida estatal autónoma no han tenido un largo período 
        de desarrollo cultural y moral propio e independiente, [...] un período 
        de estadolatría es necesario e incluso oportuno...”[19]
Pero ese rol estatal adquiere sentido en cuanto 
        vía para el fortalecimiento de la “sociedad civil” y 
        la consiguiente elevación política de las masas:
“esta estadolatría no es más 
        que la forma normal de “vida estatal”, de iniciación, 
        al menos, en la vida estatal autónoma y en la creación de 
        una “sociedad civil” que no fue históricamente posible 
        crear antes del acceso a la vida estatal independiente. “[20]
Por tanto, su condición ineludible es la 
        provisoriedad, la limitación en el tiempo, hasta que el impulso 
        al autogobierno cobre el predominio en el interior de la nueva vida estatal:
“...no debe ser abandonada a sí misma, 
        no debe, especialmente, convertirse en fanatismo teórico y ser 
        concebida como “perpetua”; debe ser criticada precisamente para 
        que se desarrolle y produzca nuevas formas de vida estatal, en las que 
        la iniciativa de los individuos y grupos sea “estatal” aunque 
        no se deba al “gobierno de funcionarios” (hacer que la vida 
        estatal se vuelva “espontánea”)[21]
La preocupación por el afianzamiento de 
        un pequeño núcleo que sofoca desde arriba el debate, está 
        presente con frecuencia en los Cuadernos.. Su mirada puede ser incluso 
        más precisa que la de R.L, en tanto que G. está asistiendo 
        al comienzo de la instauración del stalinismo. Lo describe como 
        un proceso de distorsión del “centralismo democrático”, 
        que va perdiendo su “continua adecuación al movimiento histórico 
        real”, para ser reemplazado por lo que denomina el “centralismo 
        burocrático”, sistema en el que una pequeña minoría 
        comienza a convertirse no en estímulo y orientación, sino 
        en freno para las iniciativas y el crecimiento político que parten 
        de “abajo”:
“...en los Estados el centralismo burocrático 
        indica que se ha formado un grupo estrechamente privilegiado que tiende 
        a perpetuar sus privilegios regulando e incluso sofocando el nacimiento 
        de fuerzas contrariantes en la base...”lo que indicaría que 
        “...el grupo dirigente está saturado y convirtiéndose 
        en una camarilla estrecha que tiende a perpetuar sus mezquinos privilegios 
        regulando o incluso sofocando el nacimiento de fuerzas contrarias, aunque 
        estas fuerzas sean homogéneas a los intereses dominantes fundamentales. 
        ”[22]
Gramsci no atribuye este proceso, lo mismo que 
        Rosa, a un impulso perverso de la minoría predominante, sino a 
        la falta de capacidad de iniciativa y dirección de las bases:
"En todo caso hay que señalar que 
        las manifestaciones morbosas del centralismo burocrático se han 
        producido por deficiencias de iniciativas y responsabilidad en la base, 
        o sea por el primitivismo político der las fuerzas periféricas..."[23]
        También Gramsci muestra un poder predictivo notable en cuanto a 
        la evolución posterior del “socialismo real”, al mismo 
        tiempo que delinea una relación ideal entre masas populares, partido 
        y estado proletario, en que es el impulso de “abajo” el que 
        da el tono y carácter a la revolución. También para 
        G. la democracia es un valor intrínseco para la transformación 
        socialista y la elevación a la “vida estatal” de las 
        clases subalternas. La “revolución pasiva” no parece 
        ser sólo una asunción por la clase dominante de los objetivos 
        de las subalternas, sino el desprendimiento de un núcleo que usurpa 
        mediante la práctica y la doctrina “estadolátrica” 
        la revolución iniciada “desde abajo”.
Explorando América Latina (A modo de breve 
        conclusión)
La discusión sobre democracia y socialismo 
        necesita ser sacada del punto muerto en que por un período la colocó 
        la disolución de la URSS y la evolución en sentido de restauración 
        del capitalismo de lo que fue el antiguo “bloque socialista”. 
        La concepción hegemónica sobre el tema desde entonces podría 
        resumirse en dos creencias: 1) Todo experimento para acabar con el capitalismo 
        y construir una sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios 
        de producción y el autogobierno de las masas, ha conducido más 
        temprano que tarde a una dictadura de ribetes totalitarios. 2) Las únicas 
        democracias “realmente existentes” son las construidas sobre 
        la base de las instituciones parlamentarias; por tanto, 3) No hay compatibilidad 
        posible entre democracia política y organización socialista 
        del proceso económico.
Sin embargo, la democracia de consejos y asambleas 
        como alternativa a la democracia parlamentaria, cada vez más mediatizadora 
        y delegativa, ha reaparecido, apuntando con claridad a la conjugación 
        de la vigencia amplia de las libertades civiles, y la pluralidad en el 
        pensamiento, la autonomía en la organización popular y las 
        múltiples modalidades de acción política.
El pensamiento de R.L., formulado al filo del 
        final de la I° Guerra Mundial, constituye una guía para re-pensar, 
        más de ochenta años después, las relaciones entre 
        democracia y socialismo. Ello a partir de su insobornable puesta en primer 
        lugar de la iniciativa política y la capacidad efectiva de decisión 
        que la transición socialista debe conferir a las grandes masas 
        populares, y de la visión de democracia y socialismo como dos caras 
        inescindibles del mismo proceso, no como dos fases sucesivas. Ello apareja 
        la necesidad de garantías contra la entronización de burocracias 
        expropiadoras de la iniciativa popular, o de jefes providenciales que 
        se identificación con la revolución social y con el curso 
        de la historia, sino existe debate democrático. Las salvaguardas 
        contra la usurpación no se establecen mediante cláusulas 
        formales, sino con el funcionamiento de los mecanismos democráticos 
        entendidos como constitutivos e irrenunciables del nuevo sistema, no subsumidos 
        en el voto periódico, ni en la delegación sin mandato explícito 
        ni revocabilidad posible.
Menos aún consiente en la “despolitización” 
        de la noción de democracia en aras de acentuar sus contenidos sociales, 
        de acuerdo a la cual lo decisivo no es tanto quién toma las decisiones 
        sino que sujeto social resulta beneficiario de las mejoras que el proceso 
        de transformación social proporciona. Para ella, el socialismo 
        equivale a una verdadera “explosión democrática”, 
        incompatible con la delegación de poder a una minoría burocratizada. 
        La transición al socialismo requiere una “dictadura”, 
        pero ésta no tiene otro sujeto que la clase en su conjunto, no 
        la “vanguardia” de la clase ni el partido revolucionario. Como 
        escribe un autor de los años 30’ glosando el pensamiento de 
        R.L, “...la democracia resulta ser la base indispensable de la organización 
        socialista.”[24]
        Tan pronto como a mediados de los 90’ comenzó a percibirse 
        una “puesta al día”, no ya en la discusión teórica, 
        sino en la práctica política, de la relación entre 
        democracia y perspectiva emancipatoria de las clases subalternas, desatada 
        precisamente en América Latina. Fue el alzamiento de los “zapatistas” 
        en Chiapas, y sus posteriores realizaciones en el campo de la deliberación 
        permanente y el “horizontalismo” de la organización comunitaria, 
        los que marcaron el primer hito significativo, y rompieron el clima del 
        imperio de los “fines”, dominado por la omnipresente prédica 
        acerca de que todo cuestionamiento radical al orden social capitalista 
        y a la representación política parlamentaria constituía 
        un irremisible anacronismo.
La degradación de las instituciones democráticas 
        en los diferentes países latinoamericanos iba camino a convertirlas 
        en meras coberturas de un proceso de concentración de la riqueza, 
        disciplinamiento forzado y pérdida de derechos de los trabajadores, 
        unida a la perenne caída del nivel de vida, los servicios sociales 
        y el nivel de ocupación. Lo que décadas antes había 
        parecido la definitiva entronización del “estado de bienestar”, 
        las “políticas sociales universales” y el “tripartismo” 
        en la decisión de las relaciones entre capital y trabajo, concluyó 
        revelándose como un estadio temporario y reversible, inducido más 
        por el miedo a la revolución social y la competencia entre sistemas 
        propias de la “guerra fría”, que por un arraigo profundo 
        de los derechos económicos, sociales y culturales. El supuestamente 
        superado “capitalismo de libre mercado” volvía por sus 
        fueros, y el sistema de la propiedad privada tornaba a parecerse nuevamente 
        a la descripción que de ellos habían hecho los clásicos 
        del pensamiento socialista, incluida R.L. Al mismo tiempo, un poder capitalista 
        mundial que encontró en un difuso “terrorismo internacional” 
        un enemigo maleable a sus propósitos, procedió a acentuar 
        las restricciones de las libertades civiles, del tránsito de las 
        personas, y a entronizar la vigilancia global, en una práctica 
        que retoma, empeoradas, ciertos rasgos del período de auge de la 
        “guerra fría”.
La reacción frente al aumento ininterrumpido 
        de la desigualdad y la injusticia, dio lugar a la aparición de 
        nuevas organizaciones populares, preocupadas a su vez por lograr un funcionamiento 
        sustancialmente democrático, reacio a cualquier “delegación”. 
        Ellas eran reacias a confiar en cualquier dirección externa al 
        propio movimiento. El deseo de no repetir la experiencia del “socialismo 
        real”, con su dramática realización de las peores previsiones 
        de Rosa Luxemburgo o Gramsci, forman parte de la “partida de nacimiento”, 
        de esas nuevas organizaciones. El cauce tomado por el descontento crecientemente 
        movilizado terminó, en países como Ecuador, Bolivia, Perú 
        y Paraguay, en rebeliones populares que dieron por tierra con gobiernos 
        sólo atentos a los dictados del gran capital, y protagonizaron 
        (y protagonizan) fuertes demandas de una radical renovación de 
        la vida democrática, pero sin por ello impedir que se “suturara” 
        las crisis por los mecanismos institucionales tradicionales. En un proceso 
        histórico de distinta trayectoria y características, la 
        derrota por vía de la movilización popular de masas de un 
        intento de golpe militar en Venezuela, dio lugar a una progresiva radicalización 
        en que tanto el gobierno democrático tomó nota de la inmensa 
        deuda contraída con las aspiraciones mayoritarias, como las organizaciones 
        populares incrementaron su reclamo de autonomía y construcción 
        de un poder social y político diferente.
Paralelamente, las democracias latinoamericanas 
        “realmente existentes” les franquean las vías de acceso 
        al gobierno a aquellos partidos y coaliciones que, aunque de origen socialista, 
        han dejado de constituir una amenaza, como en el caso del PT brasileño 
        y el Frente Amplio uruguayo. Se vuelve a plantear así la impotencia 
        práctica para producir transformaciones decisivas desde la institucionalidad 
        existente, a la vez que la subsistente capacidad de las clases dominantes 
        para hacer funcionales a sus fines fuerzas políticas que antes 
        se le oponían.
El escenario queda abierto a experiencias novedosas 
        de distinto signo, y el debate y la disputa práctica sobre la articulación 
        de “forma” y “contenido”, institucionalidad formal 
        y efectivo poder de decisión, continúa en curso como una 
        de las incógnitas fundamentales a develar, en América Latina 
        y en el mundo.
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[1] F. Furet, El pasado de una ilusión. 
        Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, México, FCE, 1995, 
        p. 103.
[2] “...el objetivo final del socialismo 
        es el único factor decisivo que distingue al movimiento socialdemócrata 
        de la democracia y el radicalismo burgueses, el único factor que 
        transforma la movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo 
        por reformar el orden capitalista en lucha de clases contra ese orden 
        para suprimir ese orden...” Rosa Luxemburgo, Obras Escogidas, Buenos 
        Aires, Pluma, 1976. Tomo I, p. 49.
        [3] Ïdem, p. 69
[4] Idem, p. 72.
[5] Rosa Luxemburgo, Obras...II, p. 192.
[6] “...la destrucción de las garantías 
        democráticas más importantes para una vida pública 
        sana y para la actividad política de las masas trabajadoras: libertad 
        de prensa, derechos de asociación y reunión, que les son 
        negados a los adversarios del régimen soviético. En lo que 
        hace a estos ataques (a los derechos democráticos) los argumentos 
        de Trotsky ... distan mucho de ser satisfactorios. Por otra parte, es 
        un hecho conocido e indiscutible que es imposible pensar en un gobierno 
        de las amplias masas sin una prensa libre y sin trabas, sin el derecho 
        ilimitado de asociación y reunión.” (p. 195)
        [7] “Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de 
        opresión de la clase trabajadora, el Estado socialista de opresión 
        a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado 
        capitalista puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista deja 
        de lado el punto esencial: el gobierno de la clase burguesa no necesita 
        del entrenamiento y la educación política de toda la masa 
        del pueblo, por lo menos no más allá de determinados límites 
        estrechos. Pero para la dictadura proletaria ése es el elemento 
        vital, el aire sin el cual no puede existir.” Idem,...p.. 195
        [8] Idem. II, p. 196.
[9] “La vida socialista exige una completa 
        transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de 
        dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, 
        la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera 
        todo sufrimiento, etcétera.” Idem, p. 197.
[10] Ibidem.
[11] ”El peligro comienza cuando hacen de 
        la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico 
        acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar 
        en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado 
        internacional como un modelo de táctica socialista.” ... “...una 
        revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado 
        por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por 
        el proletariado mundial, sería un milagro.” Idem, p. 202.
        [12] La verdadera emancipación obrera exige un poder político 
        y un partido lanzados a una vida política plena, dirigida todo 
        el tiempo a la elevación política de las masas.[12]
        [13] Idem...II, 198.
[14] “Sin elecciones generales, sin una irrestricta 
        libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, 
        la vida muere en toda institución pública, se torna una 
        mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como 
        elemento activo Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen 
        y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía 
        inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad dirigen sólo 
        una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite 
        de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los 
        dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas...una dictadura, 
        por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, 
        es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del 
        gobierno de los jacobinos... esas condiciones deben causar inevitablmente 
        una brutalización de la vida pública: intentos de asesinato, 
        caza de rehenes, etcétera.” Idem, (p. 198.
        [15] Idem..., p. 201.
[16] “Dictadura de la clase significa, en 
        el sentido más amplio del término, la participación 
        más activa e ilimitada posible de la masa popular, la democracia 
        sin límites.” Idem, p. 200.
        [17] “...siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma 
        política de la democracia burguesa; siempre hemos denunciado el 
        duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde 
        bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Y no lo 
        hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera 
        a no contentarse con la cobertura sino a conquistar el poder político, 
        para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa, 
        no para eliminar la democracia.” Idem, p. 201.
        [18] Ibidem.
[19] A. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, 
        México, Era- Universidad Autónoma de Puebla , tomo III, 
        p. 282
        [20] Ibidem
        [21] Ibidem.
[22] Cuadernos V, p. 78.
        [24] Lucien Laurat “Un máximo de democracia” en Prefacio 
        a la primera edición de Marxisme contre Dictadure, 1934, transcripto 
        en D. Guerin, Rosa Luxemburg o la espontaneidad revolucionaria, Buenos 
        Aires, 2003, p. 124.